Outer Wilds empieza con un final. Arrancamos nuestra aventura en un mundo que está a minutos de desaparecer. Y tenemos que ver qué hacemos con eso.
Muchas veces la ficción, tanto los juegos, como novelas, el cine, el teatro, y formas menos narrativas de arte también, tratan de acercarse a los grandes temas de la humanidad. La vida, la muerte, el tiempo, el universo, el amor. Son temas que nos trascienden a todos, que conforman el inconsciente colectivo que describe Carl Jung, y que forman parte de nuestra cultura y de nuestra idiosincrasia, de la forma en que vivimos y entendemos el mundo.
Outer Wilds es un juego que intenta tacklear a todos esos temas a la vez, y lo que es más interesante: lo logra. No sólo eso, en el proceso te lleva de paseo por todo el espectro de emoción humana, con diálogos que alternan entre graciosísimos y desgarradores; una aventura que es a la vez emocionante, aterradora y deslumbrante.
Voy a hablar un poquito sin spoilers, llegado cierto punto, si no lo jugaron les voy a pedir que dejen de leer. Es una experiencia acerca de descubrir, y que tienen que vivir de primera mano por ustedes mismos.
Para quienes no sepan de lo que hablo, este juego de 2019 creado por el estudio independiente Mobius y publicado por Annapurna podría definirse como “Indiana Jones en el espacio” pero mezclado con “El día de la Marmota” y con “Buscando un amigo para el fin del mundo”. Un mundo abierto en un pequeño sistema solar diseñado meticulosamente en el que tomamos el rol de un antropólogo espacial descubriendo las ruinas de una civilización perdida, atrapado en un loop de alrededor de 20 minutos antes de que explote el sol.
No importa lo que hagamos o como nos muramos, inevitablemente vamos a despertar la madrugada antes de nuestro primer viaje al espacio, con otros 20 minutos por delante para explorar un poco más antes de que la supernova vuelva a destruir todo lo que conocemos. No hay power-ups, no hay inventario, no hay nada que nos podamos llevar de vuelta de cada loop, excepto el conocimiento y nuestra propia habilidad.
Yo sabía que este juego existía, pero a priori no me llamaba la atención. Otro mundo abierto más, otra fantasía espacial que poco puede conectar conmigo. Pero no fue hasta que un amigo me habló de lo mucho que lo había emocionado que paré las orejas para escuchar qué tenía para contarme al respecto. Y es que Outer Wilds no es sólo un gran simulador espacial con excelentes físicas (¡que lo es!) ni es solamente un increíble metroidvania con aventura, puzzles, plataformeo y una nave espacial divertidísima de manejar (¡que lo es también!).
Es una historia tremendamente profunda y emocional sobre la cultura y el legado que dejamos a generaciones futuras, sobre la curiosidad, el valor que le damos al conocimiento y cuánto estamos dispuestos a arriesgar para obtenerlo, y cómo lidiar con el inevitable fin de todo, tanto de la vida propia como de la de los demás; y del universo en general.
Y ahora sí, les pido que si no lo jugaron y algo de todo eso les llamó aunque sea lejanamente la atención, se hagan un favor y lo jueguen. Está $280 en Steam, está incluído en el GamePass de Xbox y también disponible en PS4. El título dura alrededor de 30 horas. Vayan, emocionensé, y vuelvan a seguir leyendo.
Ahora para los demás:
Aunque no me interesa meterme en cuestiones técnicas, es difícil dejar pasar el hecho de que una gran parte de lo que hace que Outer Wilds sea una experiencia tan increíble es la maestría de su diseño, en todo sentido. Sin ir a lo bien programado que está todo para que la física se sienta real; desde el diseño cada pieza es un pequeño engranaje que funciona como un reloj.
El sistema solar está vivo, cada planeta sigue su ciclo y lo hace independientemente de que estemos ahí para verlo o no. Y esto ayuda a intensificar esta sensación de que somos sólo una minúscula parte de un universo gigante que nos es indiferente.
La historia y sus puzzles (que son una misma cosa) pueden ser encarados desde diferentes lugares y en cualquier orden. Y aunque hay pistas que te señalan hacia ciertos lugares y preguntas que se plantean y se dejan en el aire apelando a la curiosidad de quien juega para que quiera responderlas, no es necesario seguir ese camino.
Se puede llegar a un sitio por pura exploración, sin haber descubierto el pedazo de historia que lo precedía, e igual podemos “ir hacia atrás” y entender todo. Eventualmente vamos a armar una sucesión cronológica de eventos en nuestra cabeza, sin importar el orden en el que los hayamos descubierto. Eso significa que la partida de cada persona va a ser completamente diferente a la de las demás, y cada quien irá resolviendo y descubriendo a su tiempo y a su manera.
Esta idea de los pequeños fragmentos de información que se van interconectando en diferentes órdenes para crear algo más grande es algo que está presente a lo largo del juego, no sólo en la manera en que jugamos, también es parte del tema central de la obra.
Outer Wilds es una oda a la búsqueda del conocimiento, a la exploración y experimentación. Creamos conocimiento interdisciplinario, apilando una data sobre la otra. Cosas de historia, de tecnología, de física. Porque así funciona la sociedad: Cada descubrimiento sienta las bases para los que le siguen.
Todo esto, si no lo entendimos durante el juego, en la secuencia final en la fogata cuántica queda clarísimo. Cada miembro de la tripulación requiere que resuelvas un puzzle para encontrarlo. Por supuesto, para eso hay que demostrar que aprendimos todas las mecánicas, pero hay un aspecto narrativo fuerte en esos últimos desafíos también.
Cada acertijo representa la cosmovisión de ese personaje, su profesión y su manera de enfrentarse a la muerte. Al astrónomo hay que buscarlo entre las estrellas porque quiere estar lejos de todo. El antropólogo se refugia asustado en una antigua edificación Nomai hasta que esta se derrumbe. El primer astronauta te obliga a aventurarte contra el peligro y caminar directo a la boca de un Anglerfish, porque es el intrépido que fue primero a hacer todo eso, y nos lleva a emular su osadía.
Y Solanum, la Nomai, representa la sociedad organizada alrededor de la ciencia. Los diferentes esqueletos de su especie (¿quizás las distintas versiones muertas de ella en las otras lunas?) forman una escalera “humana” que intenta alcanzar las estrellas y logra llegar más alto con la suma de cada individuo y su aporte, hasta poder entre todos transformarse en la nave que te permite traer de vuelta a Solanum.
Y me parece que no es casualidad que haya que usar una de las mecánicas cuánticas para resolver su puzzle. Obviamente esto tiene que ver con que a ella la encontramos en la Quantum Moon, pero además, esas mecánicas van muy en concordancia con esta idea del conocimiento que se apila. Las cosas cuánticas existen en un sinfín de posibilidades a la vez, y es la observación consciente de un individuo las que las hace decantar en una posibilidad y así “existir” para nuestros parámetros.
Hay un valor puesto en la interacción de los otros. Porque las cosas sólo existen si estamos ahí para verlas, porque el árbol no hace ruido si nadie lo escucha caer. Es la interacción con los demás lo que nos permite ser. Y es esa interacción apilada (creando con colegas o dejando un legado para generaciones futuras) lo que hace florecer una civilización.
Y es que el legado y la muerte son otros de los ejes importantes. La inevitabilidad de la muerte. Outer Wilds juega con la fantasía de los juegos de que siempre se puede ganar, y que cualquier Game Over se puede evitar, y pervierte tus expectativas demostrándote la cruda realidad del mundo.
Apenas nos enteramos del plan de los Nomai para crear una supernova, lo más probable es que nos venga la idea de que entonces si el fin del mundo fue intencional, lo podemos evitar. Y aparece un sentimiento muy agridulce al llegar a la Estación Del Sol y enterarnos que no fue su culpa. Personalmente, en ese momento tuve que poner pausa y escribirle a un amigo al que le fui relatando toda mi experiencia. “No sé cómo sentirme respecto de esto”. Por un lado, me había encariñado ya con esta raza alienígena ancestral y me ponía triste que fuesen “los malos”.
De alguna manera esto los expropiaba de la culpa. Pero entonces, nadie tenía la culpa. Y por ende, la supernova no se iba a poder evitar. Ese universo con el que me había encariñado profundamente iba a desaparecer y no había nada que pudiese hacer para evitarlo.
Esa sensación de futilidad aparece plasmada al leer los registros actuales de los Nomai en el Vessel. Todo el esfuerzo de la comunidad que llegó hasta ese sistema solar buscando algo más grande que ellos fue en vano. Para su especie, no son más que una leyenda de la que muchos descreen. Pero algo que logra Outer Wilds es dejar entrever, aún en lo más oscuro y desolador, un rayo de esperanza. Porque pese a la tragedia que rodea toda la historia, el juego nos deja con una nota alegre.
En el Museo del Ojo del Universo, un cartel reza “Los Nomai nunca pudieron verlo por sí mismos, pero gracias a sus esfuerzos y tecnología, un Hearthian logró llegar al Ojo Del Universo”. Durante todo el juego logramos todo lo que logramos gracias a los escritos y las cosas que los Nomai dejaron ahí para generaciones futuras. Y aún al final de los finales, cuando todo parece perdido, nos damos cuenta que la aventura de los Nomai no fue en vano. No era el desenlace que esperaban, pero la marca que dejaron sí tuvo un impacto significativo.
Y entre estas marcas que uno deja en su paso por el mundo, por supuesto está la emocional. Hay mucho hincapié puesto en la importancia de los lazos afectivos. Todas las cosas de ciencia que aprendemos sobre los Nomai, lo hacemos a través de fragmentos de sus relaciones interpersonales. Las paredes llevan las marcas de amistad y romance y cariño entretejiendo una historia sobre ciencia y avances tecnológicos. Es la historia de una civilización entera pero encarnada a través de un grupo de personajes con los que podemos establecer una conexión.
Y es esta perspectiva de la historia desde una escala “humana” lo que intensifica el impacto que nos produce. Los obituarios en las paredes del primer asentamiento de Brittle Hollow son simplemente desgarradores, sobre todo porque podemos luego encontrar por nosotros mismos los cadáveres tratando futilmente de escapar del 3er Escape Pod. Lograr aterrizar en el cometa y descubrir el fin trágico de los Nomai tiene otro peso al ser una historia narrada en primera persona por tres astronautas de los que conocemos nombre, amistades, chistes.
Venimos siguiendo sus historias, los venimos leyendo desde que son niños (hermoso el detalle de la caligrafía desprolija de los niños Nomai), y al adentrarnos en el Interloper vamos encontrando uno a uno los cadáveres, cada uno haciendo su mejor esfuerzo por dar una señal de alerta que no pudo ser.
Pero esos vínculos, aunque nos puedan romper el corazón, también son el motor que hace funcionar toda la historia. Y por eso, en la última fogata del último rincón en pie del universo, todo se reduce a tener alguien con quien compartir ese último instante. Porque el tiempo es finito, y para todos se va a acabar eventualmente (incluso para nuestro sol, sí, ese que ves entrar por la ventana), y lo que importa es lo que podemos llegar a hacer con ese pedacito de tiempo que nos toca.
Y que el universo termine con una guitarreada, me parece impresionantemente simbólico. La armonía que tenés que armar juntando los instrumentos puede tener montones de lecturas. Los diferentes elementos físico-químicos que conforman el mundo, que surgen del humo del fuego para crear un universo nuevo; la unión de todas las disciplinas del conocimiento, y la música como la gran unión metafórica de todas esas cosas:
“Es cierto que no hay arte sin emoción
Y que no hay precisión sin artesanía
Como tampoco hay guitarras sin tecnología”
Y no es la primera vez que nos cruzamos con esta idea. La música y el sonido son ideas recurrentes durante el juego: muchos objetos emiten ondas que pueden ser captadas con nuestros aparatos y eso nos permite encontrarlos. Y cada astronauta está tocando la misma melodía sincronizado con los demás, así que podemos crear esa armonía aún aunque cada uno esté en lugares lejanos. Porque el sonido es movimiento, y el movimiento simboliza la vida. “Estamos vivos porque estamos en movimiento”.
Algo interesante que sucede es cómo, aunque se trastoque la percepción del tiempo durante el juego, el inicio y el final son momentos bastante marcados. No importa cómo o en qué orden hayas conseguido los retazos de información. Eventualmente cada pieza cae en su sitio y es obvio lo que hay que hacer: romper el loop para poder crear un cambio significativo. Hay un sólo intento, si nos salimos del loop ya no podremos volver.
Se siente tan pesada esta misión, que cuando supe lo que tenía que hacer, no fui a hacerlo de inmediato. Primero me tomé un par de loops para ir a visitar a todos los exploradores y contarles de mis hazañas, contarles las cosas que había descubierto, las cosas que había aprendido. Necesitaba despedirme de todos, porque sabía que una vez que terminara el juego, no iba a querer volver a abrirlo.
Y no me defraudó. La última secuencia rompe con la exploración de los espacios exteriores que respetan las leyes de la física, y nos presenta un viaje profundamente simbólico y onírico por nuestro interior. Todo el juego trata sobre el final, sobre la muerte, sobre los finales que están cerca y los que están lejos. Pero llegados allí, ya no hay más paraísos, no hay nada más allá. Sólo la tranquilidad de que dimos lo mejor de nosotros y lo compartimos con quienes queríamos. Y nos deja la magia de ver cómo creamos un universo nuevo. Un universo del que no vamos a ser parte, pero que se funda, como todo lo demás, sobre los cimientos de quienes vinimos antes.
“Esta historia comienza, como casi todas las cosas, con una canción.
Al principio sólo existían las palabras, y llegaron acompañadas de una
melodía. Así es como se creó el mundo, como la nada fue dividida, como la
tierra y el firmamento y los sueños, los dioses menores y los animales, todos
ellos, tomaron forma corpórea.
Fueron cantados.
Los grandes animales cobraron vida también al ser cantados, una vez que el
Cantante hubo creado los planetas, los montes, los árboles, los océanos y los
animales más pequeños. Fueron cantados los abismos en los confines del mundo,
y los paraísos, y también las tinieblas.
Las canciones permanecen. Perduran. Una canción puede convertir en
bufón a un emperador o derrocar dinastías. Seguirá viva mucho tiempo después
de que los hechos que narra y sus protagonistas se hayan transformado en polvo
y sueños, condenados al olvido. Tal es el poder de una canción.”
Outer Wilds termina con un principio. Terminamos nuestra aventura en un mundo que acaba de nacer. Y tenemos que ver qué hacemos con eso.
Si llegaste hasta acá y te gusta lo que hacemos en Press Over, medio independiente hecho en Argentina, siempre nos podés apoyar desde la plataforma de financiación Cafecito. Con un mínimo aporte nos ayudás no sólo con gastos corrientes, sino también con la alegría de saber que estás del otro lado.