Dentro del amplio abanico de experiencias que pueden ofrecer los videojuegos, una de las principales es el escapismo. Desconectarte del ruido de la ciudad, del ajetreo de la rutina, para sumergirte en otro mundo. Paradise Marsh, un cozy game lanzado este mes para PC, Xbox y Switch, nos invita a decirle adiós por un rato a las ansiedades del mundo real y a transportarnos a una tierra de humedales en búsqueda de insectos y animales pequeños.
El cielo se quedó sin estrellas
El juego, desarrollado por Etienne Trudeau, ofrece la posibilidad de caminar por diferentes paisajes y climas, en un mundo en el que la huella humana aparece solo en forma de despojo: a lo largo del recorrido nos encontramos con computadoras viejas, estructuras en decadencia, basura, ropa; signos de una civilización que ya no tiene tiempo. Se trata de un espacio en el que la naturaleza vuelve a apropiarse de todos los rincones.
A medida que avanzamos, descubrimos que podemos ir recolectando mariposas, abejas, arañas y otros animales con nuestra pequeña red, mientras tomamos nota en nuestro cuaderno. Como todo cozy game, la dificultad de la mecánica es baja y se aprende rápido. Con algo de paciencia y sigilo más la ayuda de tus anotaciones, podés ir descubriendo cuál es la manera más sencilla de capturar a cada animal.
Sin embargo, rápidamente entendemos que nuestro rol es aún más importante: estamos en un mundo que perdió sus estrellas y es nuestra tarea devolverlas al cielo. Cada animal capturado es en realidad una de las tantas estrellas que deberían decorar la noche. Con cada estrella que devolvemos a su lugar, también descubrimos su historia, la relación que tiene con sus hermanas y también, por qué no, qué piensa sobre este mundo.
Cuando recolectás la cantidad requerida, podés unir las estrellas para formar una constelación. Las gráficas y la música logran transformar ese momento en algo muy especial. El pasaje de un cielo nocturno completamente sin brillo a una noche estrellada vasta es una de las recompensas de “ganar” el juego, más allá de cualquier otra reward.
La aventura de descubrir
Además de esta hermosa quest principal, Paradise Marsh guarda pequeños puzles que, a veces destraban algunos logros, y, en otras ocasiones, simplemente nos recompensan con un momento de cozyness y ternura.
Muchas interacciones con el medio se tratan de relajar, descubrir, probar y divertirse: armar un hombre de nieve, plantar flores, patear una pelota. También podemos animarnos a saborear algunos alimentos que traen efectos sorpresa sobre nuestro cuerpo y que nos permiten explorar el terreno de otras formas.
Pero este título también nos regala la oportunidad de sentarnos en diferentes puntos del mapa y contemplar lo que nos rodea. Los paisajes mantienen una estética lo-fi que no le exige demasiado a tu placa de video, sin perder por eso su belleza. El cambio en la paleta de colores entre el día y la noche sucede de forma fluida, y los diversos climas que integran el humedal ofrecen una experiencia inmersiva, seas team verano o invierno.
Sin perder su encanto y su bajo nivel de exigencia con quien juega, Paradise Marsh construye también un espíritu poético e introspectivo, gracias al trabajo de escritura de Raphaël Dely, que va depositando pequeños fragmentos narrativos a lo largo del recorrido.
Por un lado, van apareciendo mensajes en botellas en los diferentes espejos de agua, que parecen armar el diario de unx viajerx. Por otro, al interactuar con los animales, podemos escuchar fragmentos de poemas, sus historias de vida o sus visiones filosóficas sobre el mundo. Todo en el balance justo, para que la experiencia siga siendo hermosa y tranquila.
Recorriendo el camino de la nostalgia
Según su creador, Paradise Marsh nació de su deseo de crear una experiencia nostálgica de los tiempos que pasaba en su infancia, atrapando insectos en el campo. Ese espíritu se refleja en cada elemento de la obra.
La atención al detalle, las pequeñas quests que en muchos de los casos no hacen más (¡ni menos!) que sacarte una sonrisa, los hermosos puntos en los que podés sentarte a contemplar el tiempo. Todos estos elementos hacen un juego con mucha ternura y calidez.
La presencia de huellas humanas, que parecen perdidas en el tiempo, nos hace sentir que hay algo más, algo que se nos está escapando pero que podríamos pasar tardes enteras descifrando, que solo estamos viendo la punta del iceberg de un mundo que alguna vez fue otra cosa.
Aunque no se trata de un juego largo, que ofrezca exploración infinita, tal vez allí esté su magia: aunque logres completarlo en algunas horas, la oportunidad de dedicarte a contemplar y maravillarte sigue abierta, cuantas veces quieras y por el tiempo que quieras. Tal vez la próxima vez que necesites un respiro, vuelvas a darle play.
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Me alegra que surjan nuevos cozy-games. Es, a mí parecer, una vuelta a los principios filosóficos originales y esenciales del videojuego: el desconectar.
En 2020 tuve una depresión horrible y Stardew Valley fue un ingrediente más que hizo que no termine en tragedia mi situación. Desde entonces, le tengo un cariño gigante a este tipos de videojuegos que, en la mayoría de las veces, están hechos con amor. Y el amor sana y… es bueno.
Buena nota 🙂