Hace exactamente 35 años, Jordan Mechner revolucionaba el mercado de los videojuegos con Prince of Persia en Apple II. Luego de cuatro años de grabar con una cámara casera a su hermano y amistades, haciendo diferentes movimientos como saltar, correr, caerse, tomar líquido de botellas y hasta abrazándose, lograría las animaciones más realistas vistas hasta el momento en la industria. Y todo mediante rotoscopía, una técnica para animadores que ya en su momento tenía más de 70 años.
Pero esa no sería la única característica que destacaría al Prince of Persia original, por supuesto. Sino también su mecánica, que nos planteaba terminar la aventura de 15 niveles en menos de 60 minutos. Por lo que para superar una prueba tan grande, había que conocerlo de memoria y dominar su gameplay táctico como nadie. Desde sus plataformas hasta su combate.
Cuatro años después, en 1993, se animaría a lanzar una secuela estéticamente mucho más cartoon, pero con las mismas características de animación y gameplay de la primera parte.
Eso sí, era todavía más difícil, pero lo compensaban con 15 minutos más de tiempo para superarlo, y con vidas ilimitadas. Algo que le encantó tanto a la crítica especializada como a los jugadores. Prince of Persia: The Shadow and the Flame sería el último dirigido por Mechner. Y, hasta hoy, el último con perspectiva 2D.
Prince of Persia: The Lost Crown es lo nuevo de Ubisoft Montpellier, mi Ubisoft preferido.
El estudio francés, fundado en 1994 por Michel Ancel, es el responsable de Rayman, Beyond Good & Evil, ZombieU y Valiant Hearts. Y en este caso le tocó ser el responsable de revivir una franquicia que parecía olvidada por los dioses, pero que en este 2024 vuelve en forma de un metroidvania fascinante.
El videojuego que te trajo hasta acá, tratando de ser expeditivo de entrada, es una de las grandes sorpresas de los últimos tiempos. No sólo porque la franquicia vuelve a su perspectiva 2D clásica después de 30 años y por primera vez de la mano de un equipo francés, sino porque acertaron cuando decidieron decantarse por un género que actualmente funciona de maravilla.
Prince of Persia: The Lost Crown es un metroidvania. Uno gigante que se destaca por un diseño de niveles soberbio, que no hace más que reafirmar la maestría de un estudio que ya había dado cátedra con Rayman Origins y Rayman Legends. A mi criterio, dos de los plataformeros 2D más destacados de la historia moderna.
Todo el equipo de Ubisoft Montpellier, pero en particular el director Mounir Radi (Senior Game Designer de Valiant Hearts), hacen magia con un presupuesto que parece ser infinitamente más bajo que un triple A de la talla de Assassin’s Creed o The Division. Videojuegos a los que Ubisoft como marca nos tiene acostumbrados.
Acá la sensación es la de estar ante un indie con mucha plata. Tal como ya había pasado con Valiant Hearts en 2014. Uno que se pudo cocinar a fuego lento durante cinco años, sin que nadie lo moleste, y llegar pulido el próximo 18 de enero a PC y consolas.
Estamos ante una reimaginación completa de una de las sagas más míticas de nuestra industria. Que, manteniendo algunas bases y convenciones, Prince of Persia: The Lost Crown se convierte en un capítulo imperdible.
La historia nos pone en la piel de Sargon, uno de los siete Inmortales. Guerreros superpoderosos destinados a proteger a Persia y a su realeza. Aunque claro, algo saldrá mal y deberemos salir en la búsqueda de la solución. Para eso nos sumergiremos en una ciudad antigua sumida en un caos temporal, y en la que nos toparemos con infinidad de personajes, peligros y biomas. Comerciantes, soldados perdidos, habitantes de conocimientos valiosos, otros que perdieron la razón; leones híbridos, cangrejos gigantes, fantasmas, bichos, aves, monstruos y todo tipo de personalidades. Todo mientras visitamos catacumbas, templos, selvas, tierras congeladas, y un montón de sorpresas más.
Si tuviéramos que definir las bases de Prince of Persia: The Lost Crown en pocas palabras, diríamos que estamos ante un videojuego atravesado por la lucha, las plataformas y los puzzles. Y, justamente, en referencia a las peleas, su director declaró haber hecho especial hincapié por ser un gran fan de los fighting games. “Creo que logran captar de la mejor forma los aspectos más espectaculares de la acción en dos dimensiones”, declaró Mounir Radi en Game Informer.
Y con respecto a lo recogido de los últimos dos Rayman, donde trabajó gran parte del equipo actual de Ubisoft Montpellier, Radi dijo lo siguiente: “Para mí, y para mucha gente del equipo, la acción en pantalla es música. Cuando trabajas en un juego como Rayman, aprendes cómo transmitir este aspecto al juego”. Y agrega: “Por eso cuando el equipo habla de cómo quiere que el jugador haga que Sargón rebote entre las paredes o corra a través de un área, se encuentra gesticulando como si estuviera dirigiendo el ritmo. Prince of Persia: The Lost Crown es bastante diferente de Rayman, pero mientras juego puedo sentir las lecciones aprendidas aplicadas aquí“.
En cuanto a las plataformas vinculados a los puzzles, esta nueva entrega de la saga está completamente a la altura de las circunstancias. En toda su historia, pero en especial en lo último que habíamos jugado que fue Forgotten Sands de 2010, la minuciosidad de los saltos era fundamental para resolver acertijos y continuar avanzando por la aventura. Y en este caso, ahora nuevamente en dos dimensiones, la precisión de controles es total.
Como toda aventura bien desarrollada, cuando llevamos un rato de gameplay ya somos uno con el joystick, y eso Prince of Persia: The Lost Crown lo logra porque sus saltos y poderes están pulidos al máximo. Por lo que errar un salto, no alcanzar una plataforma y morir en el intento, siempre terminará siendo culpa nuestra. Del jugador o jugadora. Y no del videojuego. Punto clave para evitar posibles frustraciones.
Porque claro, como todo Príncipe de Persia que se precie de tal, estamos ante una obra super desafiante. Solo en dificultad estándar, la cosa se pone realmente complicada por momentos. Y como buen metroidvania, si morimos contra un enemigo volveremos al último punto de guardado. En este caso, unos árboles mágicos luminosos, con vibras de Avatar, que se llaman wakwak y en los que también podremos modificar los poderes que tenemos equipado, sumarnos amuletos con diferentes atributos al collar de Sargon y recuperar todos nuestros atributos (vida, energía, pociones).
Por supuesto, estos wakwak serán vitales para evitar frustraciones, ya que estamos ante un mapa gigantesco, lleno de secretos, recovecos, enemigos y montones de trampas aquí y allá que harán que perder la vida o bajar la barra de salud sea mucho más habitual de lo que imaginamos. Insisto, algo muy consistente con la historia de la saga, que nunca se caracterizó por ser un paseo por el parque.
Además, en una era de los videojuegos donde los metroidvania abundan hasta el hartazgo, es más que interesante ver como una franquicia de este tamaño incursiona en el género. Y más si lo hace con semejante robustez.
Es tan grande el mapa que recorreremos durante las 15/20 horas que dura la historia, que los de Montpellier no sólo se encargaron de dejar varios árboles dando vueltas, sino también algunos altares, que deberemos salvar a espadazos del bucle temporal en el que se encuentran, para luego usarlos de viaje rápido. No son muchos, ya que Prince of Persia: The Lost Crown intenta ser siempre desafiante desde su planteamiento, pero llegan justo en el momento que estamos por tirar la toalla. Otro detalle que habla de lo pulido que está el título y de la experiencia de sus desarrolladores.
Incluso, también en función a la inmensidad del camino a recorrer, tendremos a disposición limitadas capturas de pantalla internas (representadas en el mapa como ojos), que nos servirán para guardar en la retina y en el mapa algunos lugares de interés que sabemos que no están a nuestro alcance en el momento. Siempre vinculado a los poderes de turno.
Los poderes y las armas
Un apartado fundamental para un metroidvania como Prince of Persia: The Lost Crown. Ya que los poderes serán fundamentales para saber si podemos avanzar o no por determinados lugares. El que más usaremos al obtenerlo en las primeras horas, va a ser el dash aéreo. Ese que cuando saltamos nos impulsa un poco más allá y que nos permite llegar a lugares antes inalcanzables. Ideal para momentos furiosos de plataformeo y sumamente satisfactorio al joystick.
También, luego de avanzada la aventura y a falta de arenas del tiempo, obtendremos una habilidad que hace una copia de nuestro cuerpo en el lugar que apretemos el botón correspondiente. Lo que nos permite dejar esa copia original en cierto lugar, avanzar donde necesitemos y, una vez apretado el botón nuevamente, volver a la posición original.
¿De qué sirve esto? Para sortear trampas que nos hubieran sido imposibles. Por ejemplo (ver captura de arriba): en uno de los niveles había un tronco movible de pinches, que iba y venía y, con el cuerpo normal, no podía evitar. Por lo que dejé una copia transparente de mi cuerpo, y una vez que el tronco estuvo en otro lado, apreté el botón para materializarme ahí. Algo así como una teletransportación ideal para resolver puzzles.
Y luego, para no spoilear todos los poderes, están las armas, que además de para luchar, también sirven para resolver acertijos del entorno. Como el arco o el boomerang. Las implicancias se las dejo a la imaginación, pero les aseguro que los vamos a usar mucho durante lo que dure la aventura.
Incluso, como habrán imaginado, se podrán ir mejorando gracias a una diosa que funciona como los enanos herreros de los últimos God of War. Videojuego al que, dicho sea de paso, Prince of Persia: The Lost Crown miró evidentemente muy de cerca.
Obviamente, también podremos mejorar nuestros atributos, los amuletos que nos mejoran habilidades, y todo lo que vayamos a usar. Algunos con la herrera, otros con una simpática chamana y, finalmente, descubrir secretos del mapa adornando (pagándole) con algunos cristales a la misteriosa niña que aparece en una de las capturas de esta nota.
Cristales que, dicho sea de paso, serán vitales para el comercio interno del videojuego. Junto con algunas monedas especiales que sólo servirán para la parte baja de esta ciudad sumida en el caos temporal.
Párrafo aparte para las peleas con jefes, que son varias y algunas bastante desafiantes. Como ya mencionamos antes, el director tomó mucho de los videojuegos de peleas para balancearlas, algo que se nota y se agradece. Al igual que pasa con la inmensidad del mapa, cuando ya estamos por tirar la toalla, logramos ganar, obtener cristales y recuperar energía. Lo que deja una hermosa sensación de trabajo cumplido.
Hay enemigos de todos los tamaños, gustos y colores, pero ninguno tan difícil como cuando nos toca pelear contra pares humanos. Ahí la cosa se pone complicada. Pero vaya si es divertida.
Además, los gráficos medio cartoon, las animaciones especiales y los efectos de golpes y poderes le otorgan una linda espectacularidad a los enfrentamientos, cosa que también se agradece mucho. Si hay algo que sabe Ubisoft Montpellier es hacer videojuegos bellos a la vista. Y con Prince of Persia: The Lost Crown lo vuelve a demostrar. Aunque esta vez bajo el motor Unity, no el interno.
Cierro con las misiones secundarias, que si bien no son muchas, algunas cuestan completarlas porque implican varios pasos por delante. Son interesantes, ya que nos invitan a explorar el mapa a fondo, pero no suman demasiado a un contenido general que ya de por sí es muy rico.
Prince of Persia: The Lost Crown es la vuelta de un grande por todo lo alto. Un metroidvania soberbio que bebe mucho de los grandes indies de los últimos años, pero también de la acción y el lore de los últimos God of War. Aunque, por supuesto, con otra mitología de base y las características históricas de la saga. Recomendadísimo.
Sale el próximo 18 de enero en PC, PlayStation 4, PlayStation 5, Xbox One, Xbox Series, Switch y Amazon Luna. Jugalo apenas puedas porque va a ser uno de los protagonistas del año.
Todas las capturas de la nota, incluida la de portada, son de la partida jugada por Press Over en una PlayStation 5. Gracias a la key que nos brindó Ubisoft Latinoamérica.