El relato a continuación poco tiene que ver con el primer juego de Street Fighter y es más bien una representación del impacto que generó la franquicia en quién suscribe.
Huerta Grande, provincia de Córdoba. Una localidad dentro del departamento de Punilla, cercana a La Falda, ciudad que aloja las Siete Cascadas. El año es 1993, yo tenía 8 años y con mi familia íbamos a tener la primera de muchas vacaciones en una colonia de veraneo del personal de correo. A esta altura mi amor por los videojuegos se asemejaba a la sensación del primer amor: todo hermoso, todo por descubrir, sin miramientos. Y dentro de ese tapiz inexplorado de géneros videojuegueriles, un hito se estaba por producir que marcaría mi vida al día de hoy.
El Viaje
Técnicamente no era la primera vez que iba a la colonia de vacaciones; todo indica que mi debut pisando tierras cordobesas se dio cuando tenía 2 años de edad, algo que sinceramente no recuerdo pero de lo cual hay fotos así que elijo creer. Ante la cantidad nula de recuerdos que poseía del lugar, y con la energía que puede tener un niñe de 8 años yéndose de vacaciones durante un viaje en auto de aproximadamente 10 horas, mis consultas atacando la existencia de fichines en dicha colonia se repetían cual macrista enardecido siempre que escucha la sigla PBI. Mis xadres, silencio de radio.
Al llegar, el recorrido de las instalaciones no se hizo esperar. Una confitería muy sesentosa y gigantesca servía de antesala para un subsuelo equipado con mesas de billar y ping pong (tengo una historia con esto último también, queda para la próxima), que a su vez servía de prefacio para un segundo subsuelo y desde donde ya se escuchaba la sopa auditiva que suelen ser las salas de arcade. Encantado por la dulce melodía, descendí rampante los escalones que daban de frente a una cancha de bochas y, al virar 180 grados, me encontré con mi concepto ideal de “vacaciones”: una sala de fichines, casi todos nuevos para mini Pol (mi infancia transcurrió en Banfield, lejos del “centro”). Pronto conocería las bondades del Tumble Pop, haría amigos de paso en el Sunset Riders (¡se jugaba de a CUATRO!), intentaría inútilmente ganarle a la famosa cascada de fichas y, por sobre todas las cosas, conocería a los World Warriors.
Estrí Faiter
De todas las máquinas ahí presentes, la más llamativa resultó ser una con un banquito, ocupada por dos personas en sus veintitantos y que alrededor tenía 3 individuos mirando lo que transcurría. Aprovechando mi tamaño, me escabullí entre estos sujetos que doblaban e incluso triplicaban en edad para presenciar lo que sería un momento cúlmine en mi vida: de un lado lo que parecía ser un militar norteamericano, con un pelo que imitaba la estructura de un escobillón, resguardándose de las veloces patadas de una chica vestida de azul con un peinado menos llamativo que el del soldado, pero no por eso poco común.
De repente, la pierna del milico se transforma en una cuchilla que se mueve en forma ascendente, la chica cae y el pibe que estaba sentada a la derecha se levanta del banquito, dándole el lugar a uno de los tres que estaban parados, que al meter una ficha en la máquina dio paso a la pantalla de selección de personajes.
-¿Cómo se llama este juego?- le pregunté al muchacho que usaba a Guile.
–Street Fighter II
-¿Y si pongo una ficha puedo jugar contra el que gane de ustedes dos?
El tipo, que llevaba una musculosa en pleno invierno, exhibiendo una marca que alguna vez supo ser un tatuaje responde. -Si, claro. Pero mirá que…
Ni lento ni perezoso, yo ya me encontraba pidiéndole a mi papá que me comprara unas fichas. Quería, necesitaba formar parte de esta maravilla tecnológica. Al pasar la pelea y con el muchacho de la musculosa defendiendo su lugar, me aventuro a meter una ficha.
-Pibe, pará que estábamos nosotros antes- dijo uno de los 3 que observaban.
-Dejalo que se saque las ganas. Yo soy Sebastián, ¿Cómo te llamás?- preguntó mientras me invitaba a sentarme a su lado.
-Pablo. ¿Puedo elegir a cualquier personaje?
-Si, claro. Pero te recomiendo que elijas a Ryu.
Haciendo caso del consejo, lo que sigue es un recuerdo nebuloso lleno de adrenalina y emoción y que terminó con un perfect en el segundo round, a manos de Sebastián. Derrotado, me levanté del banquito muy enojado, cediéndole el lugar a alguien más.
-Pablo, no te pongas mal. Yo ya hace un tiempo que juego a esto y al principio me costaba como a vos- mientras con su mano izquierda marcaba un semicírculo en la palanca del arcade, que remataba apretando uno de los botones de piña. – Para cuando vuelvas, esto es un hadouken. Practicalo.
Cómo hacer un Shoryuken y no frustrarse en el intento
Ese día me fui a dormir pensando en qué diablos era un hadouken. A la mañana siguiente, luego del desayuno, me dirigí sin miramientos hacía la sala de arcades. No había nadie. Tenía la máquina de Street Fighter II para mí solo y varias fichas que habían quedado del día anterior. Meto una ficha. Elijo a Ryu. El avión viaja a China, Chun-Li aguarda. Round 1, Fight! Sin pensarlo un milisegundo, semicírculo hacía adelante y piña. Todavía están juntando mi cerebro del piso a raíz de la explosión mental causada por semejante revelación audiovisual.
Seguí jugando y experimentando. El contactespuken (Tatsumaki Senpuu Kyaku) no tarda en salir. Avanzo. El mismísimo Ryu me faja gracias a que cada vez que saltaba uno de sus hadoukens, una piña ascendente se encargaba de ponerme en mi lugar. El oryuken (Shoryuken) no me salía, no respondía a ninguna combinación de semicírculos y botones.
-Ya está- pensé -con esto le gano a Sebastián.
Nada más alejado de la realidad. Si bien esa misma noche pude hacerle pelea spammeando hadoukens a morir, la victoria para este gnomo de 8 años estaba más lejos que Larreta de la izquierda (más allá de que quieran convencerles de otra cosa).
-Veo que estuviste jugando. Bien, pibe.
-Si, pero no me alcanza. Y encima no me sale el oryuken ese.
Sebastián, que ya perfilaba para mi persona favorita de 1993, me dice – Es como el hadouken, pero hace hacía adelante antes de marcar el semicírculo.
M O N T A G E
A esta altura no hace falta ni aclarar que mis vacaciones se convirtieron en un montaje de entrenamiento de película ochentosa. Sacando alguna que otra excursión a la cual me veía “forzado” a ir, cada momento libre que tenía era ir, sentarme en la máquina de Street Fighter II, practicar hasta donde las fichas permitieran y enfrentar al boss final a la noche.
Durante los primeros días, cada vez llegaba más lejos jugando contra la máquina, al punto tal que Ryu ya no era un problema y llegaba tranquilo hasta Sagat e incluso al mal llamado M.Bison. Una noche en particular, post derrota contra Sebastián, al ver mi cara de frustración le dice a uno de los pibes que solía acompañarlo.
-¿Por qué no le jugás una vos, Juan?
Yo, para mis adentros, no hacía más que pensar que la única victoria que importaba obtener era contra Sebastián.
-¿Contra el pibito este?- esbozó Juan, que era el más alto del grupo y poseedor de un tono sobrador. -¿Para qué, para que siga perdiendo?
Yo, para mis adentros, no hacía más que pensar que la única victoria que importaba obtener era contra Sebastián. JAJA, SENTATE QUE TE MATO, AMIGO.
Ahí mismo caí en la cuenta de que Sebastián, lejos de querer humillarme o rebajarme, me quería mostrar que algo había mejorado en esos días. La prueba fehaciente fue la cara moretoneada del Ken de Juan y mi Ryu diciéndole que le vaya a ganar a Sheng Long primero antes de hablar boludeces sobre un nene de 8 años. Con los ánimos renovados, el entrenamiento continuaba.
El duelo final
La última noche de estadía en Casa Serrana había llegado. Después de un sinfín de fichas invertidas, varias vueltas completas del modo arcade e incluso una trifulca con la cascada de monedas que finalizó una sesión de entrenamiento de forma prematura, el momento había llegado. Tenía que ganarle a Sebastián, de lo contrario, todo habría sido en vano.
-A ver si esta vez dejás de hacer siempre lo mismo.
Esa frase, por más boluda que les suene en este momento, me abrió la cabeza nuevamente y me hizo dar cuenta que estaba jugando mal. Que no media al rival, que siempre trataba lo mismo una y otra vez, que no pensaba. Con esto en mente, me senté en mi lugar habitual, a la derecha del banquito.
-No, hoy te sentás de este lado, te lo ganaste- dijo Sebastián, señalando al lugar del Player 1.
Me sentí halagado por el gesto y lo tomé. Me estaba reconociendo como su par y lo único que nos separaba era una victoria. Una sola. Victoria que lamento informarles, no conseguí. Así de anticlimático y así de breve este desenlace, más que nada porque no pueden pretender que me acuerde de todo a rajatabla, si siquiera me acuerdo de lo que hice la semana pasada con claridad. Nunca más me volví a cruzar con Sebastián.
Double K.O.
Este relato, además de funcionar como homenaje al cumpleaños número 34 de Street Fighter como franquicia, tiene como objetivo mostrarles lo lindo que puede ser un fighting game. Más allá de los pormenores, de las derrotas y de la frustración, pocas cosas me generan la voluntad y satisfacción de aprender para poder superar esos males y finalmente alcanzar la victoria. Es por esto que brindo por Street Fighter, su legado, los juegos de pelea, la comunidad que genera y la gente como Sebastián, que lejos de querer conseguir un Perfect fácil, prefería coquetear con la idea de un Double K.O. para el infarto.
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Sebastián hoy organiza peleas clandestinas en un galpón de Río Tercero.
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