Aunque no lo crean, hubo un breve período de mi vida donde casi no jugaba videojuegos. Acababa de abandonar una carrera universitaria después de años para dedicarme a estudiar lo que realmente me interesaba y no tenía tiempo, más que escasos ratitos en el colectivo con la Nintendo DS. Pero hubo un juego que me volvió a enamorar, y fue Kingdom Hearts.
Yo claramente llegué tardísimo a la saga, pero casi 10 años antes, por el 2002, había sido revolucionario. ¿Quién se hubiese imaginado que los universos de Disney podían no sólo fusionarse entre sí en un crossover carísimo, sino poner al lado a los personajes de Final Fantasy con sus pelos locos y sus espadas ridículamente largas? Un delirio sólo posible en el fanfic de algún adolescente aprendiendo a dibujar.
Sin embargo, delirante y todo, logró llegarle muy profundo al corazón de mucha gente, y provocarle emociones muy fuertes, buenas y malas. Porque Kingdom Hearts es además, una saga que se caracteriza por sus contradicciones que desafían la paciencia de hasta el más fiel de los fans.
Hagamos historia: Un 28 de marzo de 2002 salía en Japón Kingdom Hearts para la PS2, un action jrpg super colorido que nos presentaba al trío de protagonistas humanos y dos personajes de Disney lanzando hechizos de Final Fantasy: Donald y Goofy. Hasta ahí la historia era simple, supongamos: una fuerza maligna había quebrado el equilibrio del multiverso, y un pibe viajaba de mundo en mundo restaurando la paz y el orden.
Básicamente eso, pero con un poco más de complejidad, corazones y sincorazones mediante. Y villanos de Disney aliados con los propios del juego para llevar adelante esos planes. Esta primera entrega es por lejos la que más unidad tiene entre las partes en los mundos de Disney y las partes de lore propio. Les duraría poco.
Un dato muy divertido es que Disney evidentemente no le tenía TANTA fe al director Tetsuya Nomura y su equipo de Square Enix, porque puso condiciones muy estrictas para el uso de su mascota. Mickey sólo podía aparecer una vez, visto desde lejos. Eso fue todo lo que el estudio japonés pudo negociar. Así es como la primer entrega termina con una silueta de Mickey levantando una Keyblade por un segundo antes de desaparecer.
Escena por la que 15 años más tarde, Square Enix tuvo que lanzar un DLC sólo para poder justificarla y ponerla dentro del canon de la (complicadísima) historia que había tramado hasta entonces. Pero claro, Disney no esperaba el éxito de ventas, y ablandó un poco la mano para las siguientes entregas, donde Mickey se volvería un personaje fundamental para la trama… y todo se complicaría hasta el infinito, desde las historias hasta la posibilidad física de jugarlas.
El siguiente fue Chain Of Memories, un spin off que “revivía” los acontecimientos de Kingdom Hearts 1, pero presentando un montonazo de personajes y lore importantísimo, de manera que no te lo podías saltear. Y claro, salió para otra consola. ¿Quién tenía acá en Argentina un Gameboy Advance en 2004? Eran carísimos. No todo estaba perdido igual, los emuladores vendrían a ofrecer su corazón. Ya para Chain Of Memories se empezaba a notar que las películas de Disney se quedaban cortas para el quilombo de personajes del que Nomura comenzaba a sentar las bases.
Y vendría 2005 con la mejor parte de la saga: Kingdom Hearts 2 nos voló la cabeza desde el minuto 1, empezando con un pibe que nadie conocía pero que todos amaríamos enseguida, el gran Roxas. Además de montones de películas muy queridas, una decena de transformaciones, y poderes y escenas (tanto animadas como jugables) que parecían desafiar el procesador de la PS2 y sacarle todo el jugo posible.
Pero cuando se llega tan alto… sólo se puede bajar. Kingdom Hearts 2 corre el foco entre villanos Disney secuestrando Princesas Disney, y plantea el verdadero conflicto del arco argumental: Xehanort, un villano con más vidas que Ash de Pokémon, y todo su complicadísimo plan para hacerse con el poder del Reino de los Corazones. (No voy a ponerme a resumir todo eso porque ya lo hice, y hasta tuve que hacerle una parte dos). Esto hace que de acá en más, las partes en las películas de Disney se sientan como salas de espera con fanservice entre los pedazos de historia que realmente importan.
Encima, desde Kingdom Hearts 2 hasta el desenlace de (esa) historia pasaron 17 años. Sí, diecisiete largos años en los que tuvimos cuanto spin off y precuela y antología que se les ocurra, desperdigados por todas las consolas, al punto de lanzar 2.5, 2.8, y empezar el esperado 3 con un cartel que decía 2.9… los muy atrevidos.
Está bien, no todo está mal, porque esas casi dos décadas nos dieron cosas hermosas como Birth By Sleep que tiene la historia más bella a mi parecer (y a la única mujer poderosa de toda la saga: ovación de pie para la Maestra Aqua). Más un acercamiento a la mejor pareja, Roxas y Axel, en el juego con el nombre imposible, 358/2 Days. Todo esto sólo para señalar que todos los otros tríos de personajes son mil veces más interesantes que los dos que forma Sora.
Kingdom Hearts 3 puso fin, un poco a los ponchazos, al arco de Xehanort por fin, pero sólo para dejar más y más incógnitas, que se relacionan con historias ancestrales del universo, contadas en celular. Así es como llegamos al día de hoy, celebrando los 20 añitos de esta historia que nos hizo renegar, putear, pasarnos madrugadas leyendo wikis para entender las 13 identidades de Xehanort… pero también emocionarnos, encariñarnos y divertirnos muchísimo. A quién no se le pone la piel de gallina escuchando el opening de Kingdom Hearts 2, ¿eh?
Ahora sólo queda prender una velita para que no terminemos comprando Kingdom Hearts 4 con la plata de nuestra jubilación. Seguro igual va a valer la pena la espera.
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