A veces la ficción supera la realidad y la vida se transforma en un videojuego. Hoy voy a dar testimonio de mis cruzadas videojueguiles para conseguir juegos, conociendo nuevas partes del mapa y desbloqueando nuevas localidades del Conurbano.
La aventura comenzaba en lugares de compra y venta online, que prácticamente eran shops con sidequests. Como uno tenía los stats de “manganeta” y “no tener un mango” al 100%, inventaba métodos para sacarle el número de teléfono al vendedor, o le dabas el tuyo con carpusa para que te contacte: «señor le tengo un acertijo: si tengo KINCE manzanas, me como 30, compro 50, tiro 40 y piso 30, ¿cuántas me quedan?» o sino «te paso las medidas 14 x 39 x 23 x 22 x 22». Obviamente que nunca podría medir un objeto así, a menos que sea un dado de rol.
Una vez contactado el vendedor, nos tocaba revisar el mapa para ver cómo ir. Porque el juego capaz que nos salía $20, pero de viaje teníamos $50 mas o menos. Aunque a veces no importaba, ya que los corazones aventureros tenían desapego de rupias y monedas de oro con tal de embarcarse en una nueva quest que quede en la memoria. Voy a dar dos testimonios que le pasaron a este servidor.
El primero sucedió en los recónditos territorios de Remedios De Escalada, una ciudad a la que le tengo mucho aprecio. El botín era un Dinosaurs For Hire, una gema que había jugado incansablemente en lo de mi primo, así que debía tenerla. Me fijé en el mapita y me tocaba ir cerca de la cancha de Talleres. No disponía de pócimas ni mucho menos algún arma mágica, pero contaba con unas gambas que podían hacerle mano a mano a cualquier gacela.

Era una mañana de mucho frío. Me metí por el fondo hasta llegar al domicilio donde debía enfrentar al boss, me acerqué a un portón de acero con marcas de golpes y toqué tres veces el timbre. Ya estaba pensando que le había pifiado a la dirección, hasta que de repente sentí una señora que grita «¡¿NICO PODÉS ATENDER?!». Lo que vieron mis ojos a continuación no lo olvidaré nunca: un muchacho que prácticamente era Blanka del Street Fighter 2, una melena prominente, uñas muy largas y MUSCULOSA.
Afuera podían estar peleando Hyoga contra Camus y este flaco iba a estar como si nada. Cuestión que el flaco me dice «ahí vengo», vuelve a los 10 minutos, me da el cartucho (mojado) y se me queda sonriendo fijo. Ahí le di la plata y corrí como Usain Bolt de La Paternal, por suerte el juego funcionaba lo más bien.
La segunda aventura fue aún más rara y surrealista. Toqué timbre en un pasillo y me atendió un pibe de mi edad. A mí sinceramente las apariencias no me importan en lo más mínimo, pero ese pibe tenía un olor a perro increíble. Creo que si Chubaca tuviera olor, sería ese.
Entré a la casa y era un desastre, cajas por todos lados, muñekito por el piso, cartuchos, parecía que había pasado el Bomberman por ahí. Había una cocina comedor, un baño, una pieza y una tele. En el baño había una señora lavando la ropa y cantando «lari lari lari». Había comprado un lote de varios juegos y los estaba probando, hasta que de golpe empezó a caer un montón de gente a jugar al Winning Eleven, el Chubaca este les alquilaba la Play a los muchachos.
Así que estaba muy lejos de casa, en un barrio medio gede, con una mina que cantaba y los pibes estos que daban miedo. Yo dije “listo, ya fue, acá soy Ricardo Riganti de Okupas”, pero ni el pollo ni el chiqui iban a aparecer. No probé los juegos, los junté todos lo más rápido que pude y me fui apretando para abajo y B como Sonic.
Y no olvidemos las ferias, ese mágico lugar donde encontramos un muñeco de Lambetain, el guante de Larry De Clay, un family firmado por Ruckauf y Robocop Battle Damage: La Paternal Edition. Esos lugares inflaban el corazón aventurero y nos llenaban la mochila. Porque siempre lo importante fue jugar, no importaba si el juego era de gota, de integrados, o PAL, NTSC o EAEAPEPÉ. Cada juego fue una historia hermosa, y cuando coleccionamos juegos, en realidad coleccionamos historias.