El diccionario refiere que la frustración es la “imposibilidad de satisfacer una necesidad o un deseo”, como también el “sentimiento de tristeza, decepción y desilusión que está imposibilidad provoca”. Pero desde el mundo gamer creo justo y necesario reescribir dicha definición.
Frustración gamer: “Imposibilidad de lograr los objetivos del juego y deseo imperioso (y más que justificado) de querer arrojar el control por los aires”.
Sin dudas, los gamers somos resilientes. Aves Fénix. Pueden matarnos mil veces y seguimos resucitando. Nos atrevemos a enfrentar dificultades del tipo “Soy la muerte encarnada” aun a costa de perder semanas de nuestra vida y algún que otro noviazgo. Pero aun así, es difícil no encontrar en nuestro historial algún juego que nos haya derrotado y que haya pagado las consecuencias terminando abandonado en un armario o borrado de nuestra librería.
Los veteranos que hemos enfrentado al Prince of Persia en una vieja PC XT en monocromo, teníamos solamente una hora para superar los quince niveles y salvar a la princesa. Y si no lo lográbamos…volver a empezar. Cabe destacar que por aquellos años (1989), las técnicas de mindfulness para lograr el autocontrol no estaban tan extendidas y justificar ante tus padres que te compraran un nuevo teclado de la computadora porque lo habías partido en dos por culpa de un Sultán malvado no era lo más aconsejable.
Hoy podemos ser graduados en el método Silva para el autocontrol mental, practicar meditación trascendental, o habernos leído la bibliografía completa de Osho y sus exegetas, pero From Software y otras compañías se empecinan en que no sea suficiente.
Ok. Me confieso. Revelo mi secreto: Ninja Gaiden. Lo descubrí en forma tardía, en PlayStation 3. ¡Es imposible! Sí, ya sé, muchos de los lectores dirán que lo han ganado. No les creo. ¡Manden pruebas! De solo ver su preciosa cajita roja de “Greatest Hits”, ya me dan ganas de… jugarlo de nuevo e intentar ganarlo una vez más.
Aclaro que no habló aquí de pretender ser un ganador serial de trofeos de platino. El objetivo es más modesto: coronarse triunfador, llegar a la meta, vencer al mal (o al bien, según la propuesta de que se trate).
Debo asumir mi culpa, tengo cierta debilidad por los niveles difíciles. Para pasear, voy al parque. Cuando se trata de enfrentar a los demonios, matar a los zombies, ganar alguna guerra o ser campeón mundial, quiero que me cueste, quiero pasarla mal, quiero transpirar, quiero saltar por los aires y gritarle a Zeus o a Balder, “¡Jamás podrás con Kratos!” (sí, quiero sentirme un dios griego o nórdico, como mínimo).
Pero existe otra frustración, una invención maligna que extiende las horas de juego y que puede hacernos volver a padecer niveles enteros: los coleccionables.
Levanten la mano (antes pongan pausa en el juego –si es que no están en una partida online-) aquellos que no han sentido el dolor y la vergüenza de ver que se les ha escapado un archivo, un zona secreta, una súper arma, tras completar un nivel complejísimo en la más alta dificultad. “¡Pero sí recorrí todo! ¿Dónde estaba? ¿Dónde estaba el maldito archivo de audio Nro. 3523?”.
Y luego, el dilema: avanzar con el siguiente nivel o volver atrás. Pero… ¿qué sucede si no nos dan la chance de regresar? ¿O solamente podemos hacerlo tras completar todo el juego? Sí, algunos perversos diseñadores aún hacen eso (y lo disfrutan, lo sabemos).
La vida del gamer no es fácil, claro está. Sobre todo si se trata de ganar el Demon´s Souls.
Por eso, dejamos abierto el planteo. ¿Existe en sus historias algún juego que los haya vencido? ¿Un coleccionable escondido en la mitad de un nivel imposible que se les haya escapado? ¿Han llovido gamepads en su habitación?