Había perdido toda esperanza. Más allá de partidos en FIFA o PES, cada vez que me había enfrentado al mundo, incluso en aquellos juegos en los que me creía insuperable, siempre había mordido el amargo y pastoso polvo de la derrota. Pero todavía había una luz al final del túnel, una que ni Victor Sueiro habría logrado ver, y que Fall Guys me puso en la cara. Sí, claro, salí primero en una partida del juego del momento, y no la puedo creer.
Para algún desprevenido que no tenga idea de qué hablo, les cuento que estamos ante la nueva obra de la gente de Mediatonic, un estudio inglés con decenas de trabajos en los últimos 15 años pero que tal vez les suene del más reciente, Gears Pop!.
Estos locos y locas metieron en una olla las competencias online, los Minions y Supermatch, y salió esta cosa entre adorable, adictiva y epiléptica. Una serie de desafíos que comienzan con 60 personas y que terminan con un sólo participante como coronado. Y una proeza en estos primeros días que lleva de vida, pero que increíblemente yo logré sin tener mucha idea de cómo.
La primera prueba fue por tiempo, y consistió en ir corriendo hacia una meta mientras esquivamos obstáculos y a otros jugadores. Ya la había hecho otras dos veces anteriores, por lo que esta vez tenía una idea de cómo y donde saltar para no quedarme en el camino. Llegué medianamente fácil y de los 60 que habíamos arrancado ya quedamos 37. El primer estímulo.
La segunda fue por equipos, y acá es donde viene una de mis críticas. Depender de otros en una prueba, cuando al final de la partida sólo terminará ganando uno, es medio raro y hasta azaroso. Porque en este caso en el que resulté vencedor todo muy lindo, el equipo que me tocó ganó sin que yo haya sumado en nada y pude pasar a la otra ronda, pero también me pasó de perder y quedarme con la bronca. No hay con qué darle, me gusta que la cosa dependa de mí, pero entiendo que Fall Guys es una conjunción de minijuegos y lo terminé asimilando.
El tema iba de robarle la cola a los integrantes de los otros equipos. Tras dos minutos, pasaban de ronda tres de los cuatro equipos que arrancaron. Así de simple, así de complicado.
Ya para la tercera prueba quedábamos 27 de los 60 que arrancamos, la teoría del más apto venía funcionando. Yo me sentía bárbaro por ir sobreviviendo y ya ni me acordaba de esos momentos en los que me había quedado por el camino. Venía pisteando como un campeón.
En este caso nos tocó el juego de las plataformas. Durante unos segundos aparecen y desaparecen frutas en los diferentes cuadrados y al final tenemos que correr hasta aquella que tenga la que nos muestra la pantalla principal para no caer y quedarnos afuera. Así dos veces, hasta que pasamos 20. Seguía en pie, no la podía creer.
La cuarta no era de plataformas, sino de baldosas. Había que descubrir el camino que generaban aquellas que no se caían para poder llegar al otro lado. Y acá elegí ser un tibio, me avergüenzo. Fui viendo por donde iban los demás para ver quién caía y quién no. Seguí la manada y terminé entre los 12 clasificados a la semifinal, una que casi estaba hecha para mí. Fulbito!
En esta nos dividieron en dos equipos de seis, y ganamos por escándalo: 8 a 1. Entraban todas y encima teníamos a uno que se había plantado en el arco a defender. Un crack total, de esos héroes anónimos por los que te gustaría romper la cuarentena para pegarle el abrazo de tu vida, igual a los que te das en la cancha con desconocidos y en plena euforia futbolera.
Y llegó la final. Los mismos seis que habíamos goleado en la prueba anterior ahora éramos rivales, todos contra todos. ¿El fin? Robarle la cola al que la llevaba puesta, apretando R2 y lograr conservarla hasta que terminaran los dos minutos de tiempo. La gente de Mediatonic le puso “Sopa de tropezones”, pero para mí fue una sopa de histeria. Los nervios de llevar la cola puesta y tener a los otros cinco jugadores atrás para sacártela, son indescriptibles.
En el primer minuto la tuve tres veces durante apenas segundos, milésimas diría. Pero faltando 55 segundos la robé tras el tropiezo de su portador y empecé a correr, como si no hubiera un mañana. Fueron de los 20 segundos más eufóricos de mi cuarentena, que terminaron luego de que me rodearan como si estuviera caminando por un callejón de esos oscuros de Nueva York, los que vemos en las películas. Aunque en este caso en un entorno super colorido y con personajes que serían la envidia del mundo de los Teletubbies.
Allá iba, faltando sólo 30 segundos para que todo termine. Había llegado por primera vez a la final tras cinco partidas y la victoria se me estaba escapando de las manos. Pero tras un giro inesperado de los acontecimientos, y haciendo gala de mi eterna persistencia y competitividad, la volví a robar faltando 10 segundos y corrí como nunca. Como el Pity Martinez en el Bernabéu, sabiendo que la gloria eterna estaba ahí adelante. Y el reloj marcó cero.
Yo, ese pibe que nunca había ganado una partida online en su vida, que andaba frustrado en un rincón oscuro de una imaginaria habitación, era el ganador de una de las millones de partidas que lleva Fall Guys en su corta historia. Y que, según me dicen amigos y conocidos, no son nada fáciles de ganar. ¿Y lo mejor de todo? A mi lado estaban mi hermano y mi cuñada, festejando como si hubieran ganado ellos también. Porque claro, eran de mi equipo.