Reeditando hasta el infinito y mas allá
Diez años pasaron del 11 de noviembre de 2011, una eternidad de sueños e historias, parece mentira que uno de los juegos que marcó mi experiencia en la industria se siga reeditando hasta el infinito y más allá. Hoy toca recordar o, en otras palabras, volver a pasar por el corazón y encontrar que la última entrega de la saga The Elder Scrolls esta más viva que nunca.
No recuerdo detalles o cuestiones específicas de la historia, cuáles fueron los cambios con respecto a las entregas pasadas, pero en mi experiencia videojueguil, Skyrim fue un hito. No pude jugar Oblivion en su momento por cuestiones tecnológicas y, un poco de casualidad, mi camino por Tamriel inició con esta entrega. Acá es donde me pongo a full nostalgia.
Las ilusiones que guardaba al momento de instalarlo eran infinitas ¿Qué era lo que esperaba? Nada en particular y todo a la vez. El hype alimentado a base de comentarios de amigues, foros y videos de sus antecesores era inmenso, Skyrim venía a revolucionar el universo gamer para siempre, al menos así lo recuerdo; así lo viví.
Skyrim es parte de la historia gamer
Los aniversarios sirven para revisitar anécdotas y momentos pasados, pero a veces sufren de la inevitable comparación con el presente. No hay que ser ingenues, las reediciones de esta entrega vienen a llenar el vacío de un grupo de consumidores a los cuales se les estruja el corazón cuando descubren la repetición de una textura en una piedra, mientras se enfrentan a un poderoso dragón de sangre.
El significado que tuvo, la marca que dejó en la cultura gamer hace que estas reediciones vendan; hay un público que quiere revivir esta entrega una y otra vez. Hay personas que quieren jugar Skyrim en todas las plataformas existentes, si podrían portearlo para la pantalla que indica la temperatura en la puerta de la heladera, no tengo dudas que Bethesda ya había vendido millones de refrigeradores en todo el mundo.
Parece que no estoy yendo a ningún sitio en particular y, quiero creer todo lo contrario, pero es bastante probable que así sea. Cuando escucho o leo a alguien criticar a una obra por el tamaño de la texturas, me traslado instantáneamente a un espectáculo de magia y veo a una persona queriendo explicarle al público cómo funcionan los trucos. Bloqueo preventivo y otra cosa mariposa. Aunque los gráficos puedan ayudarnos a maravillarnos con un producto, según un proverbio chino, lo importante es imperceptible en un monitor 4k.
Un símbolo de libertad llamado Skyrim
Lo que vuelve inmenso a este juego en particular y, a cualquier obra de esta industria cultural es la capacidad de emocionar. Los gráficos, como la música y tantos otros aspectos son componentes intrínsecos en la generación de estos sentimientos, pero en ningún momento los superan en orden de importancia, ni los reemplazan. Ya casi estoy llegando al quid de la cuestión. No se preocupen.
Si tuviese que sintetizar lo que sentía al jugar Skyrim diría que es una obra donde “puedo hacer lo que quiera”. Frase vaga y polémica. No existe fichín donde podamos hacer absolutamente todo y, siendo sincero, tampoco hace falta una experiencia así. Es más, si lo pensamos desde un lugar racional, dentro de los universo lúdico sucede lo contrario, solo podemos hacer lo que les desarrolladores pensaron de antemano.
Entonces ¿Por qué me siento libre si me estoy sometiendo a un conjunto de reglas arbitrarias? Acá es donde entra la política. Sorry not sorry. La libertad siempre está dirigida. El diseño y la combinación de lógicas interactivas es lo que conforma nuestras posibilidades de accionar, es decir, las reglas son las que construyen el concepto de libertad.
Podría pasarme horas hablando de las bondades y, porqué no, de los bugs que podemos encontrar a día de hoy en cualquier obra de Bethesda, pero lo que hace que vuelva a jugarlo cada cierto tiempo escapa de los tecnicismos, no recae en un solo apartado (el combate a día de hoy es un espanto). El conjunto de la experiencia que ofrece Skyrim lo convierte en un símbolo de libertad dirigida dentro de la industria.
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