Conocí los fichines, digamos, de casualidad. Un día mi vieja me mandó a comprar un manual para la escuela y me dijo que me quede el vuelto. Yo, ni lento ni perezoso, fui a un lugar que vendían usados, compré el manual y dije: «Buenísimo, ahora me puedo comprar un jueguito de family».
No era una persona que pateara mucho la calle de wachin, siempre iba acompañando a mi vieja así que ese momento sentí una libertad tremenda. Me fui caminando por la estación de Lomas de Zamora, que era lo más cerca de la librería, y veo un cartel que dice «videojuegos». Yo ahí dije «vamo todavía, me voy a poder comprar algún cartuchin».
Era una escalera enorme a un primer piso, me sentía en una aventura de Indiana Jones, entrando a algún templo lleno de peligros. Vi muchos muebles, muebles con joysticks, palancas y botones, muchísimo ruido y un olor a humo que te hacía perder 2 años de vida en un segundo.
Con sólo mirar al costado vi al amor de mi vida: un tipo con ropa de karateka blanca peleaba contra un rubio de ropa de karateka roja, y tiraban energía de las manos. Ese fue mi primer encuentro con el Street Fighter 2, (juego que aún amo con el alma). Compré un par de fichas, jugué una o dos veces, perdí por goleada y me fui a casa super emoción de lo que había pasado.
Ese verano fuimos de vacaciones a Santa Teresita con mi familia y ahí conocí al arcade de las Tortugas Ninja, el de The Simpsons, Final Fight, Double Dragon y una lista eterna. Ese verano nació mi amor por los fichines, y decidí gastarme los pocos ahorros que tenía en esas máquinas.
Acá en Argentina se vivió medio raro. Al principio los videojuegos estaban prohibidos y muchas veces estaban al costado de las estaciones de tren (porque eso era territorio federal), también ponían fichines en lugares re bizarros, por ejemplo un amigo tenia un Street Fighter 2 en el almacén del barrio.
A un fichín no se caía así nomás, era casi conseguir la armadura del caballero de la ficha. Tenías a todo tipos de entes: el grupo de los bullys que te molestaban mientras jugabas, el chabón grande que jugaba mayormente fichines de fobal o al Tetris, el nene acompañado con la madre, y el mas pero mas despreciable que era el que ponía la ficha cuando vos estabas jugando. Lo peor es que usaba a los bosses y aparte de ganarte te miraban sobradoramente, gente de lo peor que decidí llamar «Morlocks». Y la meta era ganarle a uno de ellos.
Un día yo estaba jugando al KOF 2002 super tranquilo, en buena racha, y cae el jefe Morlock a pudrir mis sueños y esperanza. Cuestión que elige a Rugal, Ralph y Iori, y yo a K999, Terry y K. Él con su grupo riéndose y mofándose de que me iba a sacar y yo mas duro que una estatua no emitía gesto. Para resumir, con Terry le bajé a Rugal y la mitad de Ralph, lo demás fue historia, le gané y se quiso matar.
Y mientras caía el sol en las tarde-noches del conurbano, volvía contento porque en esas salas, donde se apretaban botones quemados por cigarros y se respiraba olor a chivo, podía ser un ninja, un robot o un luchador de gira por el mundo demostrando ser el más fuerte.
Aunque lo que no nos enseñaban era como explicarle a nuestra vieja que llegamos tarde sin que nos deje una semana sin family.