Eran los momentos libres de la semana, donde terminábamos la tarea a la velocidad de la luz para tener un momento con eso. O era viernes y sabíamos que uno iba a pasar el finde completo recorriendo mundos en naves, autos y plataformas atado a eso.
¿De qué hablo cuando digo «eso»? No, no es el payaso ese que le morfa los brazos a los guachines, más bien estoy hablando de Family Game (NES). Pero para empezar a hablar del family, debo retroceder un poco.
Un fin de semana un primo mío cayó de la nada con un Atari y el juego Bobby is Going Home. Me acuerdo patente de todos los obstáculos que había que sortear siendo el intrépido enano para llegar a su casa. Estaba tan entusiasmado, que el lunes en el colegio fui ansioso a hablarle a mis compañeros de clases: «jugué a un jueguito, eras un tipito que saltaba cosas».
Lo que yo pensaba en mi inocencia de guachín era que yo era el único que había jugado videojuegos, hasta que alguien dice «¿Qué era, Super Mario? ¿Jugaste al Family Game?». Y ahí mi corazón quedó más duro que rulo de estatua. ¿Cómo podía ser que existieran otros aparatos, otras maneras de jugar?
Después de meses de romperle la paciencia a mis viejos, llegó el día. Un cumpleaños llegaba a casa la bien ponderada Family Game, pero lamentablemente era un clon de manufactura china, y a la segunda prendida ya no andaba mas. Había probado la gloria videojueguil, por apenas solo media hora.
Acto seguido mi vieja fue a hacer un quilombo enorme y TARAAAN, apareció con un Electrolab (el primer amor de mi vida) y un Super Mario 3. Imagínense un pibe de barrio, que la aventura más grande que tenía era subirse un sábado al árbol de nísperos, o mirar Supermatch, con esa belleza.
Tras horas y horas de diversión, de descubrir mil cosas (como el secreto de b+select), terminé Super Mario 3. Y como en esa época los juegos eran caros, los videoclubes eran una gran opción videojueguil, con miles y miles de mundos nuevos por recorrer por tan sólo 2 pesos. Recuerdo guardarme la plata del recreo o hasta pedirle a mi vieja para ponerle a San Cayetano y encanutármela para alquilar un cartucho.
Pero todavía no había conocido todo. Llegando al verano de 1993, cuando el barrio tenía olor a jazmines, pólvora de fosforitos y Naranjú, apareció uno de los primeros acercamientos al animé. Telefé ponía en pantalla Supercampeones, una cosa hermosa que tenía una historia tremenda. Que hizo que todos los pibes en el potrero del barrio quieran hacer los tiros con efectos o las barridas destructoras de Steve Hyuga.
En un recreo un compañerito me dijo «está el jueguito de family de los Supercampeones, es como jugar al dibujito». Yo ya estaba viajando en un mundo de tiros de remates y de canchas eternas, obvio que cuando sos guachin todo es super exagerado. Esa navidad del 93, en una noche calurosa y entre medio de los fuegos artificiales llegaba a mis manos el mítico cartucho, empezaba el partido, y la verdad sí, era como jugar al dibujito.
La única cosa que no sabía era que el juego estaba en japonés, pero a pesar de su indescifrable idioma, después de jugar 10 minutos ya sabías los comandos, hacer el tiro con comba, el tiro re loco, y todo acompañado de unas animaciones que harían volarle la peluca al mismísimo Lambetain. Todo con una mística tremenda.
Me acuerdo que me pasaron un misterioso password: 3 montañitas con comillas. Nunca supe de dónde venía, no había Internet, pero los recreos eran nuestra Wikipedia. Pasábamos datas de passwords, trucos, poderes y demás cosas videojueguiles que nos ayudaban a sortear los más arriesgados juegos.
Acá en Argentina en los 90s, la experiencia videojueguil llevaba un montón de aristas. No teníamos un Walmart ni cosas así como el primer mundo. Acá los cartuchos se prestaban, caminábamos mil cuadras a videoclubes que tenían diferentes títulos y obvio, las carátulas mentían una bocha.
Capaz tenías alguno que otro que te dejaba jugar un toque a ver qué juego era, pero era también una aventura. Porque uno podía jugar solo contra la máquina, pero la magia estaba en pasar los juegos de a dos, como el de Las Tortugas Ninjas. Y si el juego era de a uno, jugaban un nivel cada uno, porque si hay algo que me enseñó el Family era compartir la pasión con los amigos en el barrio.
¿Y vos? ¿Cuál fue tu primera experiencia videojueguil?