Hoy nos despertamos con imágenes tremendas que nos llegaron desde el otro lado del planeta. Un enfermo entró a una mezquita de Nueva Zelanda con un arma automática, GoPro en la frente y, mientras transmitía todo en su cuenta de Facebook, asesinó a casi 50 personas a sangre fría.
Relato que, tal vez y salvo por la filmación en vivo, muchos puedan relacionar con las decenas de casos similares que suceden en Estados Unidos. Ya sea por bullyng, religión o por simples alteraciones psiquiátricas de los victimarios.
Sin embargo, para Fernando Gonzalez del Diario Clarín, todos esos motivos parecieron irrelevantes. Ya que decidió hablar sobre el tema en una nota que tituló así: «Los muertos como en el Fortnite, pero en la vida real». Un título que, además de ser horrible, parece ser un nuevo acto desesperado de la prensa tradicional por demonizar a los videojuegos.
Y si bien la industria del entretenimiento más importante del mundo vive sufriendo estas acusaciones retrógradas, esta vez me dieron ganas de expresarme al respecto. Porque alguna vez el vaso se rebalsa.
Seamos claros. Salvo que Fernando Gonzalez tenga problemas de vista graves o un especial odio hacia los videojuegos, nunca podría haber comparado Fortnite con este aberrante hecho. Ya que no es ni un juego realista ni se ve en primera persona como muchos otros. Por lo que, en consecuencia, me lleva a pensar que el verdadero motivo por el cual nombró el título de Epic Games fue para tener tráfico en su nota. Lógico, siempre garpa meter en polémica al éxito del momento.
En su época fue Mortal Kombat, juego por el que se creó la ESRB, organismo que regula la edad a la que está destinada una obra. Más tarde fue el Counter-Strike. Luego GTA y Call of Duty. Y ahora le toca a Fortnite. Porque lo importante es vender, que la gente los lea, demonizar las nuevas formas de entretenimiento desde un ambiente anticuado y lleno de naftalina.
La nota, que pueden leer y repudiar acá, empieza con la frase: «Siempre supimos que iba a suceder. Pero es muy diferente verlo en la pantalla. Y es aterrador». ¿A qué se refiere? ¿El tipo da por hecho que todos los que leen su diario daban por obvio que por consumir videojuegos esto tarde o temprano iba a pasar? Me parece que se perdió unas cuentas clases de historia.
Estos casos no solo no son aislados, sino que suceden bastante más a menudo de lo que creemos. Lo que pasa que toman mayor notoriedad cuando se da en países del primer mundo. ¿O acaso ven muchas notas que tomen tanta relevancia sobre atentados en Medio Oriente, África y Asia?
Ni hablar de la crueldad del ser humano en general. Existe desde que aparecimos en la tierra. Miles de guerras, invasiones, exterminios… todo antes de que aparezcan los videojuegos en la década del 70 del siglo XX. Si, si, apenas hace 45 años, Fernando Gonzalez. Por si no estabas al tanto.
Pero ojo, que Clarín no fue el único que comparó la masacre con Fortnite para tener vistas. También se sumó Perfil, aunque con un poco más de cautela que el individuo que les nombramos arriba. Titularon así: «Masacre en Nueva Zelanda: del videojuego Fortnite a la vida real». Pero en la bajada, aclararon: «El atentado a la mezquita Al Noor en Christchurch presenta similitudes con los videojuegos de moda, sin embargo no hay una vinculación directa entre ambos«.
Unos capos! Tiran la piedra y esconden la mano. Por lo menos el de Clarín se hizo cargo de su ignorancia, chiques. Media pila.
Más allá del desahogo que necesitaba hacer, tras ver cómo se utiliza una masacre espantosa para vender un poco más de diarios o tener unas visitas extras, los que consumimos y hablamos de videojuegos estamos acostumbrados a esta sarta de burradas. Pero no sólo a eso, sino también a la hipocresía de muchos padres que se horrorizan de las horas que pasan sus hijos frente a los videojuegos, pero que a la primera de cambio le meten una tablet en la cara para que se dejen de «molestar».
Así que antes de hablar del entretenimiento más sano y estimulante de todos, a mirarse un poco al espejo y a reflexionar sobre el mundo y las enseñanzas que les dejaron a todos esos niños, adolescentes y jóvenes adultos que hoy están señalando con el dedo. Manga de caraduras.