En estas últimas semanas mi vida lúdica se centró en 4 actividades primordiales: intentar pasar los últimos dos panteones de Hollow Knight, conseguir todas las reliquias (doradas o superiores) de los Time Trials del Crash Bandicoot 2, jugar Demon’s Souls acaparando cuanta alma de gran demonio se me cruce y tratando de no alterar la tendencia mundial, y por último, buscando una partida de Overcooked! All You Can Eat donde todes se quieran vestir de reptiles. ¿Qué tienen todas estas actividades en común? Que son necesarias para desbloquear un trofeo: un premio otorgado principalmente a realizar una acción en particular o completar una proeza dentro de un juego.
Los logros (“achievements”) se originan allá por 2005 como una característica de los juegos de Xbox 360 donde a diferentes eventos in-game se le asignaba un logro de un valor predeterminado al completarlos (5, 10, 15, etc. dependiendo de la dificultad del evento), se expanden a Steam en 2007 con la salida de The Orange Box y terminan aterrizando en PlayStation en 2008 bajo el nombre de trofeo, con un esquema similar al de Xbox pero de categorización diferente: los trofeos de PlayStation no mostraban su puntaje (más allá de que tras bambalinas lo tuviesen) sino que se dividían en Bronce, Plata, Oro y el codiciado Platino.
Este último es la vuelta de tuerca que introdujo Sony a el sistema de premios sin valor real: una vez que le jugadore consiguiese todos los trofeos del juego, se le otorgaría un trofeo de Platino señalando que, según la mirada del developer del juego, esta persona había logrado completar el juego al 100%. Este tipo de “recompensa” ya tiene más de 15 años y hay una pregunta que sigue vigente al día de hoy: “¿Sirven para algo?”. La respuesta rápida es “Técnicamente solo para medir egos”, pero me atrevo a disentir con ese enunciado tan banal.
Mi historia con los trofeos data de Diciembre de 2008: jugando Mortal Kombat vs DC Universe en mi flamante PlayStation 3 noté algo que anteriormente, con juegos como Metal Gear Solid 4, no había sucedido: un sonido muy particular seguido de una notificación en pantalla anunciando la obtención de un trofeo de bronce. De todas formas, se ve que no tuvo un gran impacto en mí dado que, según mi historial de trofeos, mi primer trofeo de platino no llegaría hasta dentro de tres años más tarde de la mano de Kratos y su ira asesina en God of War III.
Esto desencadenó dentro mío una necesidad de no sólo tratar de obtener semejante galardón en los siguientes juegos que fuera a transitar, sino que además me hizo volver a títulos que había disfrutado anteriormente para ver qué trofeos ocultaban, ahora que los tenía en mi mapa. Fue así como volví a Uncharted 2 a buscar tesoros que me había saltado, retomé Assassin’s Creed II para buscar las plumas del bendito Petruccio y terminé Asura’s Wrath más veces de las que ustedes imaginan (más información en breves).
Hoy tengo más de 70 platinos y mi aventura incluso me ha llevado a “completar” convenciones: tuve la suerte de asistir 3 veces a PlayStation Experience (2015, 2016, 2017), donde había desafíos para cumplir y cuya recompensa serían cartas coleccionables de los trofeos de Bronce, Plata, Oro y Platino. Si bien todavía me recrimino no haberle prestado atención al de 2015 (así como no le presté atención a los trofeos en general durante tres años), tengo los de 2016 y 2017, lo cual me llevó a interactuar con un montón de gente y juegos que de otra forma tal vez no hubiera hecho.
Entonces, ¿para qué sirven los trofeos? Desde mi punto de vista ayuda a exprimir el 100% de un juego, a encontrar todos sus secretos y experimentar todo lo que tiene para dar de sí. Y acá caemos en algo fundamental para que estos premios sean atractivos al público y por ende codiciados: esto depende enteramente de la buena o mala implementación del sistema. Dado que la asignación de trofeos recae íntegramente en el criterio de les desarrolladores del juego, puede salir muy bien o puede salir espantosamente mal.
Si sale bien, te genera querer prestarle más atención a un juego que a lo mejor no le querías invertir mucho tiempo en un principio. Me pasó con el Need for Speed de 2015: me lo dieron para reseñar en un medio que ya no existe y lo tomé a sabiendas de que a mí los juegos de carreras no me llaman mucho la atención. Al día de hoy es una de las listas de trofeos que más me gusta por lo bien integrada que está con el juego, al cual probablemente no hubiera disfrutado tanto de no ser por esta característica.
Naturalmente, esto puede salir completamente mal: Asura´s Wrath es un juego raro pero no por ello deja de ser simpático. Su lista de trofeos es una de las peores que existe, exigiéndote que termines el juego SIETE veces para poder “explorar todo su contenido”. Lo hice, no lo volvería a hacer y es responsable en parte de que esta nota exista.
Si bien se ha intentado en el pasado tratar de darle un valor monetario a estos logros (PS en 2017 integrando los trofeos con el programa de Sony Rewards, algo que duró 2 años y murió), creo que su mayor usabilidad es por fuera de la recompensa tangible, y más bien centrada en una recompensa etérea. En esta era donde los juegos a partir de la nueva generación aumentaron de precio a u$s70.-, lo que busca el gamer es el mejor producto (si es que eso existe en este ambiente) al mejor precio.
Creo firmemente que los achievements/trofeos ayudan a esta “mejoría” del producto: le da más vida útil al juego en general, siempre y cuando como ya mencionamos, los desafíos estén bien planteados desde el vamos.
Desde mi óptica, el sistema de trofeos sirve para complementar lo que el juego nos ofrece: es una sidequest más en el Witcher 3, un enemigo extra a vencer en Mortal Kombat, el tesoro mejor escondido en un Tomb Raider. Los trofeos son pequeños mojones que señalizan memorias particulares de juegos que llevamos en el corazón, con el Platino obrando de recopilador de esos momentos. No te sirven para medir el ego, sino que te ayudan a llenar el álbum de fotos de tu vida gamer para que cuando lo revisites te acuerdes que no siempre jugaste a lo seguro y, en mi caso, a veces te animaste a correr unas carreritas.
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