Padre, te escribo estas palabras desde un mundo oscuro y frío.
Absorta en la incógnita absoluta y eterna,
que me envuelve, me aprisiona y me aquieta.
¿Dónde está Lemuria y el reino que me vio nacer debajo de tus ojos un día?
¿Se ha esfumado en la penumbra insondable del Umbra, o soy yo la que no pertenece a esa cofradía?
En un susurro de viento la madre del bosque me indica, que una Reina oscura se ha tragado de un bocado todas las luces del cielo de manera táctica y elíptica.
El sol, la luna, las estrellas y todo lo que a su paso recorría, se diluyó en el agua sucia de su presencia lóbrega y sombría.
Enigmática cruel de la coyuntura del universo se abre paso en el mundo vital de mi pensamiento y mi recuerdo.
La ausencia de luz y alegría, desgarran sueños con anormales movimientos.
Mis ondulados cabellos rojos son arrancados por la reminiscencia de aquellos tiempos.
Del último abrazo que me diste en un lecho de rosas e inconmensurable amor.
¿Padre querido, te fuiste de mí o me fui yo de pronto sin decirte adiós?
La oscuridad me carcome en sorbos de sombras y tinieblas que ya no soporto.
Una luciérnaga encontré para guiarme en el camino de vuelta a tus ojos,
No sé si vives o mueres en otro infierno parecido a este,
Pero con mi gran espada destrozaré guijarros y alimañas para toparme una vez más con la luz y el mañana.
Donde la luna, el sol y las estrellas, nos libren de estas entidades profanas.
Producto de un hechizo, sortilegio o maldición desventurada.
Padre, no me olvides y manténme en tu mirada.
Que me abro paso a mordidas y cuchilladas,
En esta tierra desolada.
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