Siempre encontramos motivo para compartir, excusas para juntarnos a hacer algo juntos. Y, sin embargo, tal vez no haya ninguna actividad tan social como lo son los videojuegos.
Desde el principio de la historia, cuando un físico se encargó de hackear un osciloscopio para hacer un tenis de a dos jugadores, encontramos la oportunidad para sentarnos juntos y disfrutar uno con el otro.
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Incluso cuando se trata de aventuras para un solo jugador, un Pacman o un Donkey Kong, nos las arreglamos para encontrar la forma de sentarnos junto a la persona que está jugando y disfrutar con ella. Amistades a partir de los videojuegos.
Ahora se trata de un deporte de espectador, donde podemos mirar en Twitch o en YouTube a una persona jugando Fortnite. Pero la idea de mirar por encima del hombro siempre estuvo, desde los arcades. Este escenario donde disfrutamos unidos una misma experiencia y participamos un poco de aquel recorrido.
El sillón es algo que tal vez recuerda mucho a los años noventa. Los años de Family, de Sega Genesis, cuando el segundo control era para un hermano o alguien que venía a visitar. Quedó encapsulado como un sueño y una idea. Irse a dormir a lo de un amigo, despertarse temprano un sábado y jugar juntos en el sillón.
Los últimos diez años han tratado de complementar esa experiencia a través de internet. Tal vez alimentarla más que reemplazarla, pero ciertamente viró en esa dirección. Se buscó reconstruir esa misma fantasía a distancia, como decía Jim Carrey en The Cable Man. “Pronto vas a poder jugar al Mortal Kombat con un amigo en Vietnam. Las posibilidades son infinitas.”
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¿Qué pasó con esa magia del sillón? La realidad es que continúan apareciendo desarrolladores independientes que la persiguen. Legend of Dungeon o Crawl son ejemplos que se convierten en la excusa perfecta para juntar cuatro personas en una misma habitación para que le griten, todos juntos, a un mismo televisor.
No significa que el ambiente Triple A lo haya dejado de lado por completo. Existen aventuras como las de LittleBigPlanet o los juegos de Lego, incluso si no se trate del público al que más tengamos en cuenta. Significan horas de diversión en compañía de aquellas personas a las que queremos.
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Pero, en última instancia, ya sea en el sillón o a través de internet, rodearnos con amigos depende de nosotros. Los juegos siempre fueron para compartir. Siempre puedo fueron para disfrutar acompañados. Depende de nosotros cuán sociales los queramos volver.
Alix Stolzer, la desarrolladora de Legend of Dungeon (curiosamente Kitty, de Robot Loves Kitty), una vez me dijo “si tenés la chance de jugar multiplayer, te recomiendo que empujes a tus amigos a la lava sin avisar. Sería un problema tener gente al azar jugando desde internet, a una distancia donde no los puedas golpear.”
[perfectpullquote align=»full» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»35″]»Te recomiendo que empujes a tus amigos a la lava sin avisar.»[/perfectpullquote]
Porque tal vez los mejores recuerdos que yo tengo de jugar con un amigo hayan ocurrido con Portal 2. Este juego agregaba un modo cooperativo con muchísimos puzzles que sólo podían ser resueltos de a dos, a diferencia de los que presentaba la historia principal.
Ofrecían la plataforma ideal para interactuar con otra persona y, juntos, volverse más que la suma de las partes. No en su forma más simple, como usar cuatro portales en lugar de los clásicos dos. Sino con algo muchísimo más simple, como tomar una caja y pasársela en la mano a nuestro colega que está un escalón un poco más arriba.
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En realidad es curioso que aquella vez, aquella noche de Portal 2, tomé mi laptop y fui a jugar con él a la casa. Porque de alguna manera, incluso cuando el juego mismo esperaba que cada uno los disfrutara desde la comodidad de nuestro hogar, encontramos la forma de aprovecharlo un poco más.
Otra vez, siempre va a depender de nosotros. Porque los juegos sólo nos devuelven lo que nosotros queramos entregar.
Incluso cuando los tiempos sean tiranos, cuando el agotamiento sea mayor que nuestras fuerzas, tenemos que encontrar ese esfuerzo particular en nuestros corazones. Juntarnos en un mismo sillón queda en uno. Nos lo debemos a nosotros mismos, y se lo debemos a los videojuegos.
Recuperemos, entonces, este sillón. Y festejemos juntos el día del amigo, sin importar a lo que juguemos.