“Ah sí sí. Ya sé de qué me hablas. Yo conozco. De chico jugaba al Memotest y al Juego de la Oca. Cada tanto sale un TEG o un Monopoly con mi familia. De eso me hablas cuando me hablas de juegos de mesa, ¿no?”
Mehhh… Más o menos.
Hoy en díaexiste toda una nueva generación de juegos de mesa (de ahora en más jm) denominados modernos, que conforman todo un nuevo hobbie a ser explorado por los geeks. Incluso sus más acérrimos seguidores ya se diferencian de los más tradicionales gamers bajo la nomenclatura de jugones.
Y una de las principales diferencias con los que disfrutábamos en nuestra infancia, como los que mencionaba Ricardito (mi fiel amigo invisible) en el primer párrafo, es la ausencia del azar como motor principal de los resultados.
Los juegos ya no se definen tirando un dado y viendo quién gana. Si bien los dados siguen existiendo, en ocasiones su función tiene muy poco que ver con el éxito o rotundo fracaso de una partida. Y sí, digo rotundo porque a diferencia de un videojuego, donde uno puede apagar la pantalla e irse a tomar un helado si se vio derrotado por su contrincante, en este caso, el maldito monigote que nos venció está ahí, enfrente tuyo, bailando una zapada arriba de la mesa.
Además, ahora las temáticas son muchísimo más variadas y hay montones de ángulos desde dónde intentar seducir a ese suegro gruñón que se niega a acercarse a la mesa, a no ser haya unos buenos bizcochitos de grasa. Tenemos futuristas, de fantasía medieval, estratégicos, de palabras, de trenes, de fiesta, de iguanas y de un panda que va por ahí comiendo cañas de bambú. Posta. Hay de todo.
Además, hay que tener en cuenta que el Monopoly o el Clue son juegos de la década del 30’ y del 40’. Eran otras épocas, la cosa recién arrancaba, pretender que un juego tuviera el nivel de calidad, inmersión, perfeccionismo y coleccionismo que permiten los de hoy en día es una locura. Sumado a que los tiempos y las ocupaciones eran otras. Por ende, lejos de criticarlos, podemos hacer un esfuerzo por entenderlos y valorar el camino que pavimentaron la enorme cantidad de cartón pintado (o jm) que pretendemos conseguir. Amén.
¿Qué fue lo que hizo que cambie radicalmente el panorama? Catán.
Imagínate un TEG, donde el mapa es modular, con lo cual nunca vas a jugar la misma partida dos veces. Donde no hay componente bélico, lo que te deja jugar la carta de pacifista con la abuela; donde ganar o perder depende de vos, no de si Polonia resulta imposible de invadir porque Roberto no deja de sacar 6, tras 6, tras 6. Y donde, principalmente, partida no dura 200 horas.
¿Te pudiste imaginar todo eso? Pero mirá que imaginación… igual Catán, sí Catán, es aún mejor.
Desde su concepción salieron miles de distintas expansiones que permiten, una vez dominado el juego base, profundizar la inmersión o agregarle pequeñas láminas de dificultad. La isla de Catán, que tiene en producción una película, puede transformarse en una península con varias islas y barcos piratas, caballeros e invasiones vikingas, un imperio inca o, incluso, el muro de hielo que separa a las bestias de los hombres en Game of Thrones. Sí señor.
Ahora, ¿porqué habría yo, que tengo un tiempo finito y contados momentos libres, incursionar en los juegos de mesa?
Porque demuestra que es posible juntarse a hacer algo análogo. Sentarse en una mesa a compartir un momento con alguien aún si no se tienen muchas cosas en común. Ganar o perder sin odiar visceralmente a quien se tiene al lado. Permite incursionar en un hobbie para muchos nuevo y, quizás, hasta dar una excusa para la sobremesa del domingo con la familia, o para cubrir un hueco en los silencios que se dan a la hora de charlar con la chica que te gusta.
Fomenta el pensamiento, la reflexión, el coleccionismo mega-geek, las oportunidades para sociabilizar, ofrece la chance a los obsesivos por el orden de regodearse en ordenar meticulosamente miniaturas, dados, tokens y millones de otras fichas. Pero, sobre todas las cosas, me permite a mi poder escribirles dos veces por mes para contarles qué juego de mesa les conviene investigar.
Saludos imperiales.