Esta semana publicamos el análisis escrito de The Last of Us: Parte II y un podcast dedicado exclusivamente. El nuevo título de la gente de Naughty Dog es un espectáculo audiovisual y una maravilla a nivel guión. Pero, sin dudas, una de los puntos más destacables pasa por el desarrollo de personajes y la diversidad que los identifica.
Ellie, como sabemos desde el DLC del título original, pertenece a la comunidad LGBTQI+ y, en esta segunda parte, su relación con Dina está retratada como no vimos en ningún otro videojuego. Las líneas de diálogo, las acciones de los protagonistas y la dinámica entre hombres y mujeres que integran la trama es de un nivel de modernidad sublime. Por lo que uno creería, siempre asumiendo que las personas tienen dos dedos de frente, que la obra iba a ser bien recibida por los jugadores y entendida como aquella que viene a elevar la vara de la industria. Pero no.
Un grupo de imbéciles, molestos porque la diversidad comienza a ingresar en su nicho de odio y pelotudez, no tuvieron mejor idea que organizar un «review bombing», modalidad que consiste en poner notas sumamente bajas a un videojuego por algún motivo puntual, con la finalidad de que éste baje su promedio de notas en la categoría de usuarios. Lo que, en Metacritic, dio como resultado una disparidad monumental entre las calificaciones de los medios especializados (95 puntos sobre 100) y la de los jugadores (33 sobre 100).
Y ustedes dirán: «¿¡A quién le importa lo que diga un puñado de intolerantes y retrógrados!?», y hasta puede que tengan razón. Pero la realidad es que este tipo de actitudes son un termómetro del ambiente en el que convivimos como jugadores. Uno tendería a pensar que como se trata de un sector joven, integrado por personas que promedian, aproximadamente, los 35/40 años, estaríamos ante una comunidad moderna, inclusiva y tolerante. Pero parece que es todo lo contrario.
Si son de jugar online, sabrán lo que viven las mujeres por el solo hecho de serlo, la discriminación que sufren y, por consiguiente, lo desplazadas que son por todas estas actitudes. Un buen ejemplo es el video que publicó Flor Freijos, autora del libro «Solas aún acompañadas», a comienzos de esta semana, donde se ve claramente la discriminación que hay en el ambiente gamer hacia las mujeres. Se los recomiendo fuertemente.
«The Last of Us Parte II, un gran ejemplo de por qué las políticas y las agendas no deberían introducirse en el videojuego», afirma uno de lo comentarios. «No estoy seguro de por qué todos los juegos tienen que estar inundados con la agenda SJW (Social Justice Warrior). No quiero«, afirma otro. Ejemplos que, a las claras, denotan que un gran grupo relacionado a la heteronorma y a la falsa teoría de que los videojuegos son una isla apartada en la que la política y los temas sociales no llegan, están viviendo este lanzamiento como una amenaza. Y actúan en consecuencia.
El título de Naughty Dog, que si quisiéramos atacarlo tendríamos que hacerlo por el crunch que, según una investigación de Kotaku, sufrieron sus empleados durante el desarrollo, está pagando el haber planteado una historia donde las mujeres son protagonistas y autosuficientes, donde algunos personajes no tienen físicos normativos o directamente son trans. Donde hay escenas de sexo heterosexual y homosexual sin llegar a lo erótico, donde se habla de religión y sectas, y donde, principalmente, la línea entre lo bueno y lo malo está completamente difusa.
Todo eso generó que el lanzamiento de hoy sea el mayor ejemplo de todo lo que está mal en la comunidad de videojuegos y, por decantación, del mundo. Porque los que jugamos ya no pertenecemos a un nicho, somos cientos de millones. Así que estemos atentos a cómo nos comportamos como usuarios y sociedad, porque hay un montón de gente que se está quedando afuera, y necesita y merece ser escuchada.