Con casi 28 años decidí volver a jugar al Zoo Tycoon. Pero alto ahí, no me linchen antes de tiempo, les juro que la curiosidad vino de un lugar ¿legítimo?
Me acordé que de chica, los Sims, Tycoon y todos esos simuladores, me permitían ponerme en un lugar que me era ajeno de forma lúdica. Después de todo, ni soy Dios, ni un fondo inversionista babeándose por armar el mejor zoológico de las Americas. ¿Por qué me divertía jugarlos?
Más allá de armar una pileta enorme, dejar un Sims, sacarle la escalera y acelerar el tiempo para convertirme en un Dios vengativo digno del Antiguo Testamento, creo que la ansiedad pre-adolescente de crecer se veía apaciguada con la posibilidad de jugar a ser adulta por unas horas; tener mi casa, mi propia empresa y una vida relativamente guiada por mis caprichos infantiles.
Déjenme ponerme insoportablemente académica por un breve momento.
Erikson y Piaget son dos psicólogos que dedicaron casi toda su carrera a teorizar sobre el desarrollo de la vida humana, haciendo hincapié en el del niño en particular. A la hora de hablar del juego, proponen que la situación lúdica permite, en el crío, simular diferentes consecuencias emocionales que luego le van a servir como herramientas para resolver conflictos en la vida real.
También poner sobre las cartas la mesa (referencia a esta frase hermosa) y permitirse reconocer el placer propio y aminorar sentimientos negativos. Los simuladores tienen mucho sentido en esta etapa de la vida si tenemos en consideración todas estas cosas, ¿no?
Si bien estas teorías se enfocan en los niños pequeños y sus primeras sociabilizaciones, no puedo evitar sentir una resonancia entre esto y mis sentimientos pre-adolescentes de satisfacción inmediata brindadas honorablemente por un uso irresponsable del «klapaucius;!;!;!».
Gottman, otro señor del palo, hizo un estudio que demostró que, mientras los adolescentes y adultos arreglan sus temitas de manera directa y con diálogo interpersonal, los niños utilizan el juego para resolver conflictos consigo mismos, o con otros, dentro de una narrativa ficticia en donde «actúan» sus problemas.
Ahora, si mis conflictos son las ansiedades e incertidumbres de la vida misma y la adultez inminente, ¿los simuladores no me ofrecerían un lugar controlado en donde experimentar en un ambiente, no tan permeable al estrés y bajo mis propias normas?
Parece que el mecanismo de obtención de herramientas personales, sociales y cognitivas migran de «cómo le digo a mi amiguito que me preste su juguete sin que se enoje» a «si tengo que lograr comer, pagar las cuentas y ser sociable, ¿me conviene que mi Sims vaya a la universidad y tenga un trabajo part-time?». Los simuladores nos dejan lidiar con estas ansiedades.
Sin embargo, esto no explica tan bien cómo una mina de 28 años decidió ponerse a idear dónde quiere que esté la jaula de los gorilas y si quiero poner un gift shop que venda peluches en la entrada. Mi curiosidad me llevó a tratar de entender por qué de repente tenía ganas de volver a jugar algo a lo que le saqué chispas cuando era chica. Y dando vueltas y vueltas, creo que llegué a una conclusión: micro-management.
Ya a mi edad, hay ciertas cosas que están decididas, encaminadas y semi-resueltas; pero nunca es tarde para poner a prueba las capacidades estrategas. Hoy no quiero klapaucius, no quiero poner en una jaula una gacela y un león, o soltar al T-Rex en el parque mientras los transeúntes no sospechan de mi macabro plan. Hoy quiero fijarme qué tan bien me iría si tuviera el capital, el planeamiento y la posibilidad de plasmar mis propias experiencias como consumidora en la creación de un establecimiento cualquiera.
Y acá es donde ustedes piensan: «Che, sos una aburrida, ¿no queres que te pase en un excel mis gastos semanales y me armas un plan de ahorro?”. Más allá de que la respuesta a eso es “sí” (porque me gusta armar excels con colorcitos), les propongo que prueben jugar de nuevo un simulador que les haya gustado de chicos. La satisfacción está. La pregunta que les sugiero que se hagan es: “¿cuál es la motivación que tengo ahora?”. Con suerte, algo tan simple como un juego de simulación, les va a hablar un poco sobre ustedes y lo que buscan.
Más allá de todo esto, y con la más seria de las caras, si van a soltar un león en el Zoo Tycoon, despidan antes a todos los guardaparques porque van a cazar al animal suelto y no va a ser tan divertido ver a los tipitos correr para todos lados.