El pasado viernes 22 de abril se jugó en Buenos Aires la final del torneo Liga Master Flow. Después de unas reñidas playoffs, los dos equipos que se enfrentaban eran Leviatán y EBRO Gaming. El evento tuvo una proyección exclusiva en vivo para prensa y algunos hinchas afortunados en el Cinemark Hoyts, del shopping Dot en San Isidro. La gente comenzó a llegar a eso de las cinco de la tarde y la emoción ya se palpitaba a flor de piel. Había camisetas y cantitos susurrados por lo bajo.
Cuando yo caminé hacia la sala de cine, me esperaba un evento de LoL más. Un par de partidas buenas, conversaciones sobre qué campeones estaban en el meta, fotos de prensa, algunas entrevistas, nada fuera de lo normal. No me podría haber imaginado que estaba entrando a una epopeya épica, en donde se enfrentaban los mismísimos David y Goliat. Jamás podría haber anticipado las subidas y bajadas, los momentos de tensión, la pasión que se respiraba en cada una de las butacas ocupadas por fanáticos, periodistas y voceros de los distintos equipos.
La transmisión empezó puntual a las seis. Lo primero que me veo en obligación de destacar es el enorme trabajo de los comentaristas y casters. Roman, Lady Mufa, Nachittus y Gotszar se lucieron en todas y cada una de sus participaciones. Como seguidora de la liga europea, nunca me había entretenido con los casters de allá. Prefiero mirar la partida, sacar mis propias conclusiones, “mutear” como quien dice la voz del relator. Esta vez el sentimiento fue todo lo contrario. Lograron encapsular el famoso relato futbolístico que tanto adoramos los argentinos y aplicarlo nada más ni nada menos que al League of Legends. La experiencia fue complementada y mejorada por estas voces en la grieta (por más mal que suene ese título).
Mi primera sorpresa llegó al darme cuenta de lo que para otras personas era tal vez obvio. Leviatán gobernaba tanto el cine como las encuestas. Los hinchas de EBRO habían sido reducidos a un grupo de butacas en la esquina. Ahora si, cada vez que el escudo del león aparecía en pantalla, los gritos se escuchaban más altos que nadie. Fue ahí donde lo supe. Esto era un enfrentamiento épico, una batalla troyana, nobleza pura, el LoL champagne. Ni hablar cuando me llegó la noticia de que a EBRO se le había cortado la luz y habían tenido que correr al establecimiento de 9z para jugar la final. Más mística no se puede pedir, ni Homero se animó a tanto.
Cuando la primera partida empezó, subieron las tensiones. Aplausos, gritos, onomatopeyas por doquier, acusaciones de mufas y cábalas se vieron a granel. Hay algo con los argentinos y el deporte que, me voy a permitir esta declaración, no pasa en ninguna otra parte del planeta. Es algo que contagia, algo que nos cala en el alma. Yo no seguía a ninguno de estos equipos (porque cuando de LoL se trata, soy de Boque y de Fnatic) pero me encontré gritando, exclamando, acomodándome al borde del asiento y agarrándome la cabeza cada vez que un campeón le erraba a un skill.
La adrenalina de ver la barra de vida bajar, sea roja o azul, de ver una torre rompiéndose, un grupo de jugadores avanzando al nexo, es algo que se siente en el pecho. Todos lo tenemos, tal vez no por el mismo deporte, o por el mismo equipo, pero está ahí, como una bestia celestial que despierta cuando la dejamos salir.
Para el final de la segunda partida ya se daban entrevistas afuera en el espacio de prensa. El CEO de Leviatán decía que el objetivo real del equipo era el mundial, más allá del resultado de la final y yo no podía evitar pensar en todas esas encuestas que daban 60% a 40% a favor del azul. Me sentí en la necesidad de empatizar con los chicos de EBRO. ¿Qué pasaría por sus cabezas?, ¿cómo no desmotivarse con esos resultados?, ¿usarían eso como combustible o les darían ganas de rendirse? No podía ni imaginarme.
La gran final se extendió por cinco partidas. El desenlace perfecto para el poema griego. Nunca es fácil el camino. En el quinto juego ya el cine estaba un poco más vacío. Se hacía tarde, el shopping estaba prácticamente cerrado, mucha gente se había ido habiendo visto o documentado lo suficiente. Yo no podía, estaba fascinada con este escenario y necesitaba saber lo que iba a pasar. Los hinchas de EBRO se quedaron ahí hasta el final. Ni en los peores momentos se movieron de sus asientos.
Cuando el equipo del león, después de haber empezado medio dudoso, sorpresivamente avanzó con todo al nexo enemigo los saltos no se hicieron esperar. Yo observaba como estos pibes que estaban acá desde hacía cuatro horas saltaban de sus lugares, se abrazaban, tiraban pochoclos para arriba y cantaban sin parar. La felicidad era contagiosa. Me puse a pensar cómo puede decir que algunas personas digan que los deportes electrónicos son “jueguitos”, que nieguen que los jugadores son atletas. Me puse a pensar cómo es posible que haya quienes nieguen la verdadera esencia de los E-sports, como los deportes tradicionales, pura y absoluta pasión.
Si están buscando específicamente un análisis más en profundidad de esta y las fechas anteriores, pueden pasar por acá a leer las notas increíbles de mi compañero Martín Salgues. En cuanto a mí, nos encontraremos tal vez en otra final mágica que les pueda relatar.
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