¿Que rol y responsabilidad tienen los medios?
¿Qué significa la frase de Don Draper: “El universo es indiferente”?
Nos podemos detener a analizar sus implicaciones filosóficas, su cercanía al Nietzsche de “Dios ha Muerto”. La cuestión del no-sentido. Del no-objetivo. En cualquier caso, lo que podemos comprender es que lo dicho (por cualquier canal) tiene o puede tener un impacto en nosotros, los humanos, pero en nada más. El universo sigue su curso y eventualmente morimos.
Eso es todo.
La escena se modifica si somos entes con “poder” porque de esa ¿virtud? nacen políticas que pueden tener efecto en el panorama incluso si la indiferencia universal sigue siendo la norma y Dios continúa muerto.
El engaño está en el origen
En ocasión de la elección presidencial primaria del 2015 abrimos un grupo de política en Facebook. Con uno de los administradores del momento sospechábamos que Argentina iba a ser gobernada por los referentes de la derecha neoliberal y nuestro deseo era utilizar el grupo para aprender y debatir, cuestión que de manera indudable se logró. Seis años después, con más de 3 mil miembros, se maneja un nivel de debate que yo no he presenciado en otros sitios similares y puedo afirmar que logramos que muchas personas tengan un interés por el conocimiento y el crecimiento colectivo.
Porque, en mi opinión, de eso se trata. De colectivizar el conocimiento en una etapa muy individualista de la sociedad. Una pequeña era de “sálvese quien pueda” y “ley del más fuerte” cuando debería ser la era de “De cada quien de acuerdo a su habilidad a cada quien según su necesidad”. No solo es mi anhelo, es lo que el devenir histórico propone.
Cada sistema está destinado a colapsar.
Para conseguirlo en principio se requiere abandonar conductas liberales, de las cuales en nuestro ambiente, son lo que prima. Me corrijo, en cualquier ambiente. Los think tanks de la derecha han realizado una labor muy inteligente de dividir posturas de pensamiento y lograr que una buena porción de la sociedad sea de varias corrientes ideológicas de forma simultánea aplaudiendo (o incluso militando) derechos de minorías mientras mantienen actitudes liberales e individualistas o brutalmente competitivas.
Esto no proviene únicamente de la falta de educación específica -educación que aparte es selectiva y propone esa clase de actitud- sino de un germen previo de mezquindad que surge, por lógica, del mismo sistema en el cual nacimos y perduramos.
El mismo nos cría para luchar posiciones y creer, incluso negándolo, que lo que obtenemos es fruto del mérito, el esfuerzo, y el tesón. Una vez más, Nietzsche, “der Wille zur Macht”. La Voluntad de Poder convertida a pesos en el banco de Schopenhauer.
No voy a ponerme a elucubrar conceptos que aún hoy se dirimen en claustros.
Eppur, si muove.
Contradicciones invisibles
Es así que el problema recae en que no es lo que se expresa. Es (siempre) lo que se hace. Para bajarle el tono –me disculparan los sofistas- citaré a un filósofo moderno llamado Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore:
“No son nuestras habilidades las que nos definen. Sino nuestras elecciones”.
El liberalismo, siempre según su definición económica gringa, trabajó arduamente desde la Caída del Muro de Berlín y la USSR. Y, dada su financiación y sus medios, obtuvo sus cocardas. El trabajo fue el dicho, hacer que un buen porcentaje de la humanidad se reivindicara de izquierda para algunos reclamos y de derecha para otros. Olvidarse de la “presunción de inocencia” es uno bastante clave en estos días.
Indudablemente esto se traduce en enormes contradicciones, pero el lego no tiene la habilidad de reconocerlas y por ende no existen. En su parecer tiene sensatez la reivindicación del feminismo mientras se apoya a diario un sistema económico que oprime a la mujer.
En su sesgo tiene total validez señalar y rechazar a un espacio por sus políticas o miembros mientras participa de otro que es, en toda esencia, lo mismo o peor.
La diferencia ocurrirá en los matices que, desde ya y con naturaleza, son monetarios. Es fácil hacer la vista gorda cuando esas decisiones personales le dan calor al contenido de una olla. Y es aún más sencillo apañar la variedad de comportamientos cuando la posibilidad de crecimiento es palpable. De vuelta, el liberalismo utilizó sus medios y sus intelectuales para perpetrar esta posición que puso en jaque a la Historia de la Civilización que es definida por la lucha de clases.
Entonces, por ejemplo y aunque la Historia lo niegue, la violencia (toda ella) es rechazada de plano. El uso de violencia invalida los objetivos a lograr. Todos esos son triunfos que se anota la postura liberal que, en virtud de generar una competición entre pares, consigue que un individuo sea capaz de pensar de dos formas opuestas sobre hechos gemelos. Podría ejemplificar para la simplificación, pero creo que soy claro.
De los Koch a Atlas Network a Heritage Foundation al medio del cual es dueño un millonario que la va de rebelde y después no le paga el sueldo a sus empleados.
Los medios de comunicación independientes como Press Over también sufren y atraviesan estas dinámicas pero se convierten en ingredientes del día a día porque nadie se muere en la víspera y el intento se hace igual.
Los funcionales a ese liberalismo, aun creyéndose parte de un espectro ideológico que en la práctica rechazan con sus comportamientos, participan del escarnio utilizando herramientas que no inventaron y conceptos con los cuales públicamente antagonizan. Los primeros enemigos de la meritocracia festejan cuando llegan a algún lado gracias a “su esfuerzo” porque les da vergüenza admitir que su éxito tiene más que ver con los contactos (o su hegemonía) que con sus capacidades, como si dentro del sistema capitalista liberal esa no fuera una verdad universal.
Como si estuviera MAL. Y no, no está mal.
¿Cuál es el desafío entonces?
Alimentar a tu familia, cuidar tu fuente de trabajo (o darlo) son grandes virtudes dentro de esta realidad. Defecto es reivindicarte de izquierda y atentar el trabajo de las personas porque algún fulano no te cae en gracia o por esos propios deslices ideológicos que produce la ambición personal y el deseo de competencia.
Y es correcto suponer o admitir que en ciertas ocasiones muy reducidas es algo que HAY que promover. Todos festejamos cuando echan a un racista, a un misógino, a un abusador o violador de su puesto de trabajo, porque en realidad es el mínimo indispensable. En nuestra utopía, una persona así –comprobado el crimen- no solo debería perder el trabajo. Sino también su libertad. Al menos un ratito.
De vuelta, ocasiones muy específicas.
Dentro de los medios de comunicación es una situación bastante habitual ocasionada, en gran medida, por los egos, pero también por esa deficiencia conceptual propiciada, financiada y promovida por los think tanks como ALEC o el Heartland Institute.
No estoy acá declarando que un medio independiente tiene financiación de Charles Koch. Pero sería inocente descreer que mediante unos y otros, no hay periodistas en medios nacionales que no sean influenciados o directamente asalariados por las extensiones nacionales de fundaciones de ese calibre.
El desafío, pues, se encuentra en tener un plantel de redactores y lograr que cooperen por un fin común en oposición a luchar por un feedback que en la actualidad es testimonial en gran parte de las ocasiones.
Un desafío aún mayor es lograr que todos los medios de un pretendido mismo espacio ideológico dejen de competir para conseguir el otro resultado común que es parte de su propaganda. Si todos, por ejemplo, militamos la inclusión, TODOS debemos incluir. Es muy fácil militar algo solo con la palabra. Si comprendemos que no hay competencia, sino camaradería entre pares, entonces es menester dejar de competir.
Analicemos el término para superarlo. Una nota, un stream, o un podcast, serán percibidos por personas diferentes en maneras distintas porque no todos disfrutan lo mismo. A uno, que lo interpela más la lectura, le va a llegar más un interesante artículo u opinión escritos aunque su factura sea peor que el de un stream de alta calidad. Funciona así para todos. Es un hecho. Una Ley Física casi. No hay competencia ahí. El pulso viene cuando se actúa en consecuencia de eso como si uno mereciera más que el otro. Ese maldito verbo mal utilizado. Y la contienda se empantana cuando, encima, se utilizan recursos espurios.
El 14 de agosto, desde Press-Over y organizado por Jimena, Nile, Pol y Juan, se llevara adelante un Torneo de Tetris gratuito y solidario para colaborar con el Merendero «Los Chavitos» de Hudson (Berazategui). La información, quienes sigan las redes sociales de PO, la han visto viralizada. ¿Qué clase de competencia (y de ideología) haría que alguien ajeno no comparta el evento? Lo desconozco, lo repudio y lo señalo. Es un poco gracioso cuando un periodista escribe en sus biografías «Mis opiniones son personales». Nunca lo son. Es tan simpático y erroneo como pretender ser un «librepensador». En realidad lo que sucede es que no tienen idea de donde salen sus hiper masticadas concepciones. O, lo que sería mucho peor, sus declaraciones tienen mas que ver con los matices que con las ideas.
https://twitter.com/PressOverNews/status/1422271044413440000
La competencia, según Marx, es una ley coercitiva externa que impone lógicas capitalistas sobre el individuo y toda la sociedad. Que regula la reproducción de relaciones de clase y produce un buen número de tendencias económicas. Es parte de la farsa capitalista decir que los humanos somos competitivos por naturaleza. No es cierto. Es una desviación liberal que pone al individuo (un periodista con ego y ganas de sobresalir) por sobre el colectivo (el medio de comunicación independiente que es más que la suma de las partes).
No nos tienen que importar cuantos seguidores tengamos o cuantas veces nos lean o vean. Es solo un subproducto de la búsqueda de la felicidad. Lo que interesa es como esos seguidores o espectadores de nuestro oficio terminan beneficiando al colectivo del cual formamos parte.
Como diría cierto mago previamente citado:
Seremos más fuertes cuanto más unidos estemos, y más débiles cuanto más divididos.
Dos de Marx, dos de Dumbledore.
Equilibrando la pedantería.
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La ilustración de portada por Maru Mendez