(dedicada a mi hermano y mi cuñada que acaban de ser padres)
Estamos sentados haciendo la sobremesa con “la abuela viejita” (así le dice mi hija a mi mamá), charlando de deudas, series de televisión, mascotas y nietos. Lo usual. La mirada de mi mamá recorre el ángulo posible y encuentra a Eva acostada en el sofá con un celular en la mano. Eva tiene cuatro años recién cumplidos.
El contexto de la paternidad hoy
En abril se van a cumplir 5 años de la noticia. Estábamos esperando un hije. Dado que ambos, mi pareja y yo, ya peinábamos canas y convivíamos hace casi una década, la noticia no era decididamente un terremoto. Tan solo una noticia. Claro que había que prepararse de todas las maneras. Adquirir todo lo “baby related”: cuna (también moisés), cochecito, huevito para el auto, ropa, todos los implementos para la alimentación. De todo bah.
A fin del 2016 nació Eva.
Todo el proceso del embarazo requiere una adaptación por parte de la madre a un montón de situaciones físicas y mentales. Para el padre (…hombre cis) apenas son algunas mentales. No solamente por la sencilla cuestión biológica, sino porque nos desenvolvemos en una cultura patriarcal que nos otorga ciertos privilegios que aprovecha hasta el más deconstruido del universo.
Durante el embarazo, que muchos obstetras señalan como “la enfermedad de 9 meses”, el hombre mal que mal puede seguir haciendo su vida. Son pocas las mujeres que atraviesan de forma tranquila el proceso, y aun así, sufren los vómitos, los dolores de cabeza brutales, el sueño demoledor, los crecientes dolores de espalda y cintura, los pies hinchados.
Durante esos nueve meses, con mi pareja embarazada, jugamos bastante al GTA V. Honestamente, yo quería terminarlo antes de ser padre. Podrán pensar “bueno, pero el juego lo terminás en un par de sentadas”. Y es cierto. No obstante, la idea era jugarlo juntos y no sobraba tanto tiempo entre trabajo, irse a dormir temprano, los temas específicos del embarazo, y tener otros hobbies.
Es acá donde escribo algo por lo cual mi mente marxista tiene un patatús: es sentido común SABER que la vida se modifica totalmente cuando vas a ser padre. Eso no evita que muchos evadan ese sentido común para seguir haciendo sus vidas como si esas personitas pequeñas surgidas de tus entrañas no necesitaran atención.
Recuerdo la anécdota que compartió en una red social una mujer, madre de dos niñes, afligida porque el marido, y padre de los hijes, llegaba a la casa del trabajo, cenaba y se iba a jugar al CS:GO hasta altas horas de la madrugada. Esa era su rutina desde antes de ser padre, y no parecía querer cambiarla.
Y lo más probable es que no lo hiciese. No es el único, ni el último, ni mucho menos la minoría.
Al estar criados todes en una cultura patriarcal, es muy común que el hombre se maneje como si su función fuera la de “ayudar” y nada más. “Ayudar” con las tareas domésticas. “Ayudar” con la crianza. “Ayudar”. La mujer se encarga. El hombre “ayuda”. Y dado que la cultura y nuestras costumbres arraigadas a ella son patriarcales, nada asiste a destrozar esa mitología. Para gran porcentaje de los hombres, la mujer ama de casa no es una mujer que trabaje. Pero aun teniendo un “trabajo de verdad”, siguen esperando que la mujer se ocupe de la casa y de los hijes. Eso es cultura patriarcal.
Entonces el marido que quiere descomprimir destrozando terroristas en un videojuego online considera que la mujer es una caprichosa por pedirle que lave los platos mientras ella acuesta a los hijes con los cuales el glorificado donador de esperma no compartió ni cinco minutos. Porque en definitiva, Phil Dunphy existe solo en la tele.
Esta secuencia, insisto, común, no va a finalizar pronto. No estamos asistiendo al “fin del patriarcado” como tan poco hábilmente comunicase nuestro presidente. Con suerte, mi generación sea la primera (o el prólogo de la primera) que eduque a sus hijes de forma anti patriarcal. Y tengo mis serias dudas. No obstante conozco muchos padres que se desviven por sus hijes y se manejan de una manera moderna a pesar de los alzamientos de ceja de muchos abuelos (y también abuelas).
Los smartphones como primer acercamiento
La abuela viejita pregunta que hace Eva con el celular. “¿Ahora o en general?” le pregunto. “Las dos cosas” me responde antes de darle un sorbo a un vaso con soda fría. Me levanto de la silla y me acerco a ver la pantalla. Está jugando al “Among Us”. Le encanta ser el impostor aunque pierda todo el tiempo. Entendió muy rápido la dinámica del juego. Le cuento a mi mamá que está jugando un videojuego y que en general usa el celular para eso y para mirar videos en Youtube.
Eva nació en una generación en la cual los smartphones son moneda corriente. Incluso los de gama más baja son capaces de albergar videojuegos que los entretienen mucho a tan corta edad.
Para ser sinceros, cuando Eva tiene el celular, es cuando su madre y yo podemos hacer cosas. Limpiar, cocinar, trabajar (el año en cuarentena, la asimilación del celular por parte de nuestra hija fue una salvación) o incluso divertirnos nosotros viendo una película o serie. Parece mala paternidad y sin embargo, sostengo que no lo es, pero lo explicaré unos párrafos más adelante.
Eva era bebé y la cuidaba Magalí, una niñera muy dulce que jugaba mucho con ella en su primer año de vida. Y le ponía música y bailaba y Eva se reía mucho con esa risa que tienen los bebés que podría enternecer el corazón de Skeletor. Con mi pareja descubrimos que había algunas canciones que a Eva le encantaban y se ponía muy feliz escuchándolas.
En esta etapa de la vida, el niñe apenas gatea, los huesos del cuello no están del todo desarrollados con lo cual le cuesta sostener su cabeza. En fin. Se la pasan comiendo, durmiendo, e investigando los alrededores dentro de las posibilidades de rotación de su cuello que son casi nulas. Entonces era común que dejáramos a Eva en su sillita semi recostada y que le pusiéramos las canciones que le gustaban en Youtube en rotación mientras nosotros limpiábamos.
Y los niñes son –como todes– animales de costumbres. Cuando ya fue mas grande, alrededor del año y medio y su cuerpo dejó de ser tan frágil, era normal que alguno de los dos se acostara con ella con el celular a ver “Peppa” o “Pocoyo”. Por supuesto, cuando ya fue capaz de sostener un celular, pidió sostenerlo ella misma, y muy velozmente fue capaz de entender la mecánica para elegir videos en Youtube.
Con todo este bagaje técnico adquirido, recuerdo perfectamente como fue la evolución natural a jugar videojuegos. Estaba de vacaciones en Pascua del 2018. Mi pareja trabajando. Recuerdo que jugábamos con el burbujero que le habían regalado en el cumpleaños anterior. Yo estaba bastante hinchado las pelotas de hacer burbujas para ser honesto. Debe ser uno de los entretenimientos que más dividen a padres e hijes (¿?). No conozco un padre que no deteste pasar horas haciendo burbujas, ni ningún niñe que no ame estar horas persiguiéndolas.
Mientras, en la tele de fondo, el aleatorio de Youtube mostraba una publicidad de Fruit Ninja. Y a Eva le llamó la atención lo suficiente como para que yo, raudo, le pregunte si quería jugar a eso. Lo que fuera por cortar un rato con la insuficiencia de oxígeno burbujeril.
Descargué el videojuego a mi celular y le mostré a mi hija como se jugaba. Recordemos que en ese momento, ella apenas tenía dos años y unos meses. No obstante, la paleta de colores, las frutas (dos entidades que los niñes aprenden muy rápido), y la mecánica de revolear el dedo por la pantalla fue más que suficiente para entusiasmarla. Ese fue su primer acercamiento.
Todo videojuego de celulares gratuito viene con su aparejada multitud de publicidades de otros videojuegos gratuitos. Es una telaraña. Y así es como empezó.
Los videojuegos y su factor educativo
“Es una concepción muy antigua esa vieji” le respondí a mi mamá. La pregunta, sin dobles intenciones había sido: “¿No juega con sus juguetes?”. “En el 2021 tenemos otras formas de divertirnos. Y se aprende lo mismo o más”. “Cuándo se aburre va y juega con los juguetes como lo hacía yo, pero acordate que cuando yo era chico y no existían los celulares, igualmente me la pasaba mil horas jugando al Family o al SEGA. El tema es que no existían cuando yo tenía cuatro años. Y vos y papa…”.
Hay una verdad a medias que elijo no decirle a la “abuela viejita”. Los juguetes tradicionales para primera infancia tienen su funcionalidad educativa, por supuesto. Los bloques, los bebés, los muñecos. Los aros, las pelotitas, los peluches. Créase o no, todo sirve al propósito de enseñanza e instrucción temprana del infante. El desarrollo psicomotriz. El aprendizaje de patrones. La noción de las primeras palabras y conceptos.
Los videojuegos para los niñes de la edad de Eva (como los de Babybus, TutoToons o mi favorito personal, Papumba) tienen un enorme contenido educativo. Aprenden colores, números, letras, patrones, conceptos básicos. Incluso con algunos aprenden hasta a hacer música. Pero no dejan de ser bidimensionales (algún padre con Papumba VR me desmentirá)
Con cuatro años y monedas, Eva ya maneja el celular con una destreza bastante decente. Descarga videojuegos que le gustan y aprende sus mecánicas casi sin ayuda. A la vez, eso hace que por un rato no dependa de sus padres y nosotros podamos trabajar, hacer cosas del hogar o simplemente hacer algo que nos guste a nosotros, contribuyendo a nuestra felicidad que también es importante.
Este año de cuarentena fue el primero en el cual sus padres pudimos estar con ella todos los días, todo el día y su aprendizaje –concorde a su edad y desarrollo mental– fue monumental. Parte de ese aprendizaje también consistió en que aprendió a manejar de manera muy básica un joystick.
Fue así que se divirtió mucho haciendo que Spiderman escale paredes en el videojuego de PS4. Por supuesto que le costó mucho. Pero lo hizo.
¿Otros hechos del año?
Le encantaron los videojuegos point & click. Nos vio jugar a varios de Rusty Lake y Cube Escape y quiso participar. Claro, era lo que mas se asemejaba a su experiencia con el celular (aparte de que la saga Rusty Lake tiene versión Android /iPhone).
Le dimos bastante al emulador de Nintendo y Super Nintendo y también al de GBA por el Pokemon Esmeralda. Con los emuladores de las consolas hogareñas su rol fue sobre todo de espectadora. Se enamoró del Super Mario World (y recibió una almohada de Mario en el proceso) pero le resultó imposible manejar la dificultad plataformera. Lo mismo con los Mario de Nintendo.
En cambio, no le costó manejar a su avatar “Eva” en el Pokemon porque no había un peligro sorpresivo involucrado por su formato de batalla por turnos (de las cuales me encargué yo). También desarrolló una ligera infatuación con Pokemon. Y ligó peluches de Pikachu y Charmander.
Amó el Pac-Man Championship que también fue demasiado para su habilidad. Sin embargo, como con la próxima entrada, asumió un rol cooperativo. Yo muevo a Pac-Man por el laberinto y ella a mi aviso, presiona la barra espaciadora para hacerlo saltar hasta la zona de la fruta.
Su última obsesión –y esto es serio, porque estuvimos como seis horas seguidas jugando- le ocurrió con el Kingdom of Amalur: re-reckoning, la remake del fallido RPG. Me tocó reseñarlo hace un tiempo y es un juego al que cada tanto regreso porque es fácil, colorido y dentro de todo entretenido. Hace unos días estoy sin internet en casa por culpa del proveedor (Telecentro, ¿adivinaste?) y se me dio por darle un rato a la mañana alternando con el Dark Souls. Entonces uso el KoA para descomprimir.
El caso es que Eva me vio jugar y me preguntó por el personaje que uso. Le respondí que se llamaba como ella. Me preguntó porqué y le contesté que desde que ella había nacido, todos mis personajes femeninos se llamaban “Eva”. Entonces se sentó conmigo y quiso jugar. Al principio hice la vieja confiable y le di un joystick desconectado. Como tengo claro que no es tonta y que me veía a mi jugar con teclado y mouse, lo solucionaba dándole instrucciones. “Anda para adelante”. Y ella miraba el DS4 y movía el stick izquierdo para arriba. “¡Toca la cruz!” y así.
Más tarde, avivada, quiso manejar ella misma a la dokkalfar Eva por las tierras agrestes de Amalur. Entonces se sentó en mi silla. Instruida comprendió que con la “W” avanzaba. Para ayudarla yo le manejaba la cámara con el mouse. Lo primero que le encantó fue la posibilidad de cosechar flores/reactivos. Así nos pasamos horas en los “Jardines de Ysa” cosechando cogollos negros, alientos de Ysa y ojos de ceniza.
Mas adelante le atrajo la idea de nadar, así que se la pasó haciendo largos de pecho en los numerosos lagos de Dalentarth. Cuando nos fuimos a Detyre, que es un mapa más que nada desértico, no paró hasta encontrar un río en el cual “refrescar las patas”. Lo mas sorprendente es como pudo encargarse ella sola de liquidar a dos sets de enemigos con los cuales se tuvo que enfrentar.
En definitiva, un año de enormes avances en su instrucción gamer.
La felicidad al final de todo
“Sin duda” respondió mi mamá con su infinita paciencia. “Pero todo hay que asumirlo con su debida medida. No puede estar todo el día con el celular porque lo que sucede ahí es que termina siendo como un chupete”. Me quedé reflexionando sobre esto varias horas después de que se fue.
Los padres nos cansamos. Los primeros años de vida de los hijes son agotadores. No importa que tan tranquilo haya nacido y que tanto fomenten la paz en la crianza. Los niñes necesitan. No requiero terminar la frase porque es tan simple como eso. Necesitan. Y hasta que deciden que somos unos viejos aburridos, somos su primer acceso a la felicidad.
Darles un celular para que se diviertan puede ser todo lo bueno o malo que se pueda. Pueden consumir mierda como pueden educarse y divertirse y compartir lo que aprendieron con nosotros y replicar ese conocimiento en la vida diaria.
Siempre me dije que iba a ser un gran padre de un hije en su segunda infancia y adolescencia porque de alguna manera comparto muchos de los hobbies de ellos. Jugar videojuegos, leer comics, ver dibujos animados, y anime, los superhéroes, Star Wars, Harry Potter, los juegos de mesa, hacer música. El tema es que para ser un buen padre de un adolescente, tenés que haber logrado que te quiera el niñe que supo ser.
El camino no puede ser entonces llegar a casa e irme a jugar al League of Legends con mis amigues porque mi vida es muy dura mientras mi mujer cocina la cena y mi nena ve triste como no le doy bolilla. Y ojo. Nos pasa. A todes. Somos humanos y tenemos problemas que nuestros hijes no pueden entender. Al menos no en toda su magnitud.
Y si, desmitifiquemos: En general, pasar tiempo con los hijes puede ser cansador y en un punto, algo aburrido. Los nenes –de vuelta, en general- no tienen mucha concentración y pasan de un juego a otro en cuestión de minutos. Y luego vuelven, o los mezclan. A veces Eva me está cocinando un pollo al horno imaginario y segundos mas tarde me está atendiendo la doctora Eva por intoxicación y me abandona en la cama con un termómetro de juguete mientras habla con la Barbie de porque su Bebe Llorón no larga “lágrimas mágicas”. Es así.
Y a veces se acuesta conmigo y jugamos al Candy Crush y nos matamos de la risa porque hace todas combinaciones erradas a propósito. Yo soy el adulto. Yo tengo que entender que es prioritaria la felicidad de ella a quien trajimos al mundo sin que lo pidiera.
Parte de ser un buen padre es asimilar todas las experiencias como recuerdos bonitos, porque es lo único que van a ser para nosotros. ¿Pero para ellos?
Para ellos es todo.
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La ilustración de portada por Maru Mendez